viernes, 26 de agosto de 2016

CABRAS, CAMELLOS Y TORMENTA DE ARENA




CAPÍTULO VIII

CABRAS, CAMELLOS, TORMENTA DE ARENA Y CARRETERA BAJO EL MAR ANTES DE LLEGAR A EL AAIUN



Controles del ejército a partir de Tan-Tan y paso por camino de cabras.          

 Echamos gasoil en Agadir, llenando los depósitos, porque habíamos hecho una pequeña parada allí y nos dijeron que en El Aaiun había muy poco gasoil. Al llegar a Tan-Tan tuvimos que pasar fuertes controles del ejército porque podía haber suicidas o atacantes saharauis. A uno de nosotros, Gamazo, como se llamaba Ismael,  los soldados le preguntaban y más bien le acusaban de ser judío, lo que le hizo asustarse mucho. Mi nombre, José, también es judío, pero se fijaron en Gamazo. Menos mal que Ahmide les convenció de que Ismael también era un profeta árabe y que era un nombre normal en nuestro país y que no tenía nada que ver con los judíos.

Conseguimos pasar Tan-tan por una desviación porque estaban arreglando la carretera, que en realidad era un camino de cabras, nunca mejor dicho,  porque en las cercanías había varios rebaños de ellas.  Las piedras eran muy grandes y un recorrido de unos dos kilómetros nos costó muchísimo tiempo atravesarlo con los camiones pues había que ir muy lentos para no dañar nada.

Una gran manada de camellos

 Poco después de haber pasado el camino, saliendo de una curva, encontramos unos compañeros que venían de descargar del destino al que íbamos nosotros. Nos tuvimos que detener porque sus camiones estaban parados en medio de la carretera. Eran Tino, Meli, Galarraga y Gallastegui. Tenían la intención de sacarse unas fotos con una manada inmensa de camellos pues había entre cincuenta y cien camellos, con un pastor. En ese momento nuestros colegas iban hacia la manada y se le ocurrió a Gamazo una idea: asustar a los camellos tocando las bocinas los tres camiones a la vez. Lo hicimos, y el resultado fue el esperado. Se asustaron los camellos, casi atropellan al pastor y nuestros compañeros no pudieron sacarse fotos con ellos. Se agarraron un cabreo monumental y tuvimos que salir zumbando de allí porque los veíamos capaces de pincharnos los camiones. Nos llamaron de todo menos bonitos.

 Cuando se les pasó el enfado, paramos a hablar con ellos y nos contaron que más adelante no podíamos pasar por la carretera hasta que no bajase la marea, pues se extendía por una vaguada de unos cuantos kilómetros que permanecían cubiertos por el agua del mar cuando estaba la marea alta.

Es curioso, pero durante el recorrido hubo una imagen que nos chocó mucho, y era la cantidad de barcos embarrancados que había a lo largo de la costa, desde Tan-Tan hasta El Aaiún. Sacamos la conclusión de que la costa debía ser muy peligrosa por allí


Tormenta de arena

Pasado Tan Tan, proseguimos la ruta con la esperanza de que nos fuera propicia la suerte cuando llegásemos a la vaguada cuyo paso dependía de la marea. Hacía un día espectacular. De repente empezó a soplar el siroco cada vez más recio. Echamos la vista hacia el lugar de donde venía y nos quedamos horrorizados: un muro enorme de arena se acercaba hacia nosotros. Rápidamente bajamos de los camiones y como  pudimos  tapamos las entradas de la admisión del motor con plásticos para que no entrase la arena. Nos  encerramos en la cabina y llegó la gran nube. Parecía el apocalipsis. No se veía nada. Estando todo cerrado, se nos metía la arena por todos los resquicios. El viento era tan fuerte que creímos que los camiones iban a volcar. Duró unas tres horas interminables. Había momentos en que nos daba la sensación de que no íbamos a lograr salir de aquello. Pasada la tormenta, al quitar las cortinas y asomarnos vimos que la carretera había desaparecido.

 Nos quedamos alucinados. La carretera no existía. Las ruedas estaban cubiertas de arena hasta una cuarta parte de su altura y no sabíamos la dirección que había que tomar. Pero los hados estuvieron a nuestro favor. Una máquina quita arena venía de Tan-tan y no tardó mucho en llegar. Nos enteramos posteriormente de que nuestra suerte había sido muy grande, porque si llega a estar en El Aaiún, hubiera tardado dos días en llegar al sitio donde estábamos, porque sólo había una máquina para limpiar esa carretera. Le dimos espacio para que fuera limpiando y mientras tanto disfrutamos del precioso paisaje, de las playas salvajes y de los acantilados que allí había. Era un lugar maravilloso y nos hubiera gustado ir de visita turística con tiempo para conocerlo bien.