Hola a todos. Voy a iniciar un relato que publicaré por entregas. Que disfrutéis.
VIAJE A EL AAIÚN
PRESENTACION
Mi nombre es José García. Soy transportista, hijo de
transportista y hermano de transportistas. Desde los veintitrés años me he
dedicado al transporte conduciendo un camión tráiler como profesional autónomo.
Me he decidido a escribir el relato de este viaje que
realicé en compañía de mi hermano menor, Miguel, desde la ciudad de Lyon en
Francia hasta El Aaiún a principios del año 1.985, porque tengo un singular
recuerdo de él. En principio creía yo
que lo iba a despachar en cuatro folios, pero la cosa se ha ido alargando,
porque me he tomado la libertad de añadir recuerdos que me iban surgiendo de
otros viajes, con la intención de hacer más interesante la narración.
Además, me gustaría que lo que aquí cuento sirviera como
una especie de homenaje a la empresa Transportes San José, pionera en el
transporte internacional y yo creo que ejemplar en este campo de los servicios,
en la que comencé a trabajar en mi profesión y en la que permanecí haciéndolo
durante diecisiete años.
Lo he escrito con la esperanza de
que os guste. Muchas de las personas que nombro ya no están vivas. Las que sí
lo están, si tienen la deferencia de leer lo que escribo, es posible que
recuerden lo que pasaba de manera distinta, porque cada cual tenemos nuestro
punto de vista. Por eso les pido perdón si en algo se sienten ofendidos, pero
tengo la esperanza de que el relato de un viaje y de unas peripecias que
sucedían hace más de veinticinco años no pueda ya herir ninguna
susceptibilidad, sino agradar por traer a la memoria el recuerdo de tiempos
pasados.
En mi periplo de transportista he viajado por toda Europa
Comunitaria, por Marruecos y por los países escandinavos, donde los colegas de
profesión decían con sorna que el que te servía gasoil era un oso polar y el
que te servía café era un pingüino (aunque ya sabemos que no hay pingüinos en
el Polo Norte). Tengo un sinfín de anécdotas que contar, mías y de muchos de
mis compañeros, pues en la época en la que realicé el viaje objeto de esta
historia, eran normales las largas conversaciones y las bromas entre
nosotros. Las comidas y cenas en las que
nos reuníamos durante las horas de espera eran amenizadas con chistes,
ocurrencias y exageraciones.
El transporte ha cambiado mucho desde entonces. Ahora somos apestados y esclavos a la vez, y
muchos ayuntamientos siguen sin darse cuenta de que seguimos siendo fuente de
riqueza. Quieren tener comodidades, pero no quieren aceptar que para ello
dependen del transporte. Si el transporte es malo o lento, a los consumidores
nos sale más caro y nos perjudica a todos. La sociedad tal como está montada
actualmente debe procurar que exista el mejor transporte posible, y para ello
se debe disponer de unas buenas infraestructuras, unos buenos vehículos,
eliminar trámites e impuestos y mal que nos pese, convivir con las molestias
que el transporte pueda ocasionar. Pero no se debe dejar de lado la posibilidad
cierta de aprovechar su movimiento constante de dinero y recursos.
Por otra parte, para que el transporte
sea eficaz, deben existir muchos transportistas autónomos, de los cuales
quedamos muy pocos. Me refiero a los que yo llamo “transportistas autónomos auténticos” en el capítulo I del libro que
publiqué en su día titulado “Guia Práctica del Transportista Autónomo” y que son los que tienen a su nombre el
título, la tarjeta y el camión, lo que les hace ser independientes.
Hay muchos, cada vez más, que están dados de alta como autónomos, pero
que no son transportistas, porque no tienen ni el título, ni la tarjeta, ni el
camión a su nombre. Son los que pertenecen a las cooperativas formadas por las
grandes empresas, a las órdenes de las cuales trabajan, y para las cuales
actúan de falsos asalariados. Esos no son transportistas autónomos, son chóferes
disfrazados de ellos porque les conviene a las empresas, pues les salen más
baratos que los asalariados. Son falsos cooperativistas.
Durante los viajes que realizábamos sucedían cosas que
ahora, echando la vista atrás, nos resultan cuando menos curiosas. Con discos de
tacógrafo recién inventados que limitaban nuestro tiempo de trabajo y la
velocidad, pero cuyo control era mínimo, sin ningún tipo de control de
alcoholemia, sin teléfonos móviles y con pocos fijos, con carreteras que
dejaban mucho que desear las cuales atravesaban poblaciones grandes y pequeñas,
y con un sinfín de trámites burocráticos, la vida del transporte, que al igual
que ahora estaba orientada al máximo rendimiento, presentaba lagunas y tiempos
de ocio manipulables por el transportista o chófer, pues no había manera de
probar si eran verdad las variadas argumentaciones de éste cuando explicaba por
qué no había podido llegar en un determinado momento al destino.
En la empresa de San José eran
habituales excusas, que por otro lado muchas veces eran ciertas, como
“estuvimos en cola porque había habido un accidente”, “el puerto estaba
cerrado”, “tenía el camión averiado”, “no había ningún teléfono en la zona”
“estaban arreglando el firme”, “tuve que descargar al día siguiente porque
había una cola inmensa de camiones”, “tuve que coger un taxi para llegar a las
oficinas de la empresa”, “estaban arreglando el papeleo”, etc. Muchas de ellas
eran expresadas con la finalidad de cobrar dietas y gastos, de los cuales la
empresa, que lo sabía, abonaba los que ella consideraba oportuno.
Actualmente, desde que nos han metido en esta globalización
liberalizada, disponer de tanto tiempo
de ocio y camaradería es impensable, pues lo impide el férreo control que se
ejerce sobre nosotros, tanto desde la Administración como desde las empresas,
que saben en todo momento dónde estamos y lo que hacemos. Además, nadie quiere vernos aparecer por su
pueblo o ciudad y nos mandan a aparcar fuera, cuando en la época en que centro
este relato, todo el mundo quería tenernos cerca porque éramos fuente de
riqueza.
CAPITULO I
CÓMO ERAN LOS VIAJES QUE REALIZÁBAMOS A MARRUECOS