lunes, 7 de octubre de 2013

VIAJE A EL AAIÚN




Hola a todos. Voy a iniciar un relato que publicaré por entregas. Que disfrutéis.



VIAJE A EL AAIÚN


PRESENTACION


Mi nombre es José García. Soy transportista, hijo de transportista y hermano de transportistas. Desde los veintitrés años me he dedicado al transporte conduciendo un camión tráiler como profesional autónomo.

Me he decidido a escribir el relato de este viaje que realicé en compañía de mi hermano menor, Miguel, desde la ciudad de Lyon en Francia hasta El Aaiún a principios del año 1.985, porque tengo un singular recuerdo de él.  En principio creía yo que lo iba a despachar en cuatro folios, pero la cosa se ha ido alargando, porque me he tomado la libertad de añadir recuerdos que me iban surgiendo de otros viajes, con la intención de hacer más interesante la narración.

Además, me gustaría que lo que aquí cuento sirviera como una especie de homenaje a la empresa Transportes San José, pionera en el transporte internacional y yo creo que ejemplar en este campo de los servicios, en la que comencé a trabajar en mi profesión y en la que permanecí haciéndolo durante diecisiete años.
           
            Lo he escrito con la esperanza de que os guste. Muchas de las personas que nombro ya no están vivas. Las que sí lo están, si tienen la deferencia de leer lo que escribo, es posible que recuerden lo que pasaba de manera distinta, porque cada cual tenemos nuestro punto de vista. Por eso les pido perdón si en algo se sienten ofendidos, pero tengo la esperanza de que el relato de un viaje y de unas peripecias que sucedían hace más de veinticinco años no pueda ya herir ninguna susceptibilidad, sino agradar por traer a la memoria el recuerdo de tiempos pasados. 

En mi periplo de transportista he viajado por toda Europa Comunitaria, por Marruecos y por los países escandinavos, donde los colegas de profesión decían con sorna que el que te servía gasoil era un oso polar y el que te servía café era un pingüino (aunque ya sabemos que no hay pingüinos en el Polo Norte). Tengo un sinfín de anécdotas que contar, mías y de muchos de mis compañeros, pues en la época en la que realicé el viaje objeto de esta historia, eran normales las largas conversaciones y las bromas entre nosotros.  Las comidas y cenas en las que nos reuníamos durante las horas de espera eran amenizadas con chistes, ocurrencias y exageraciones.

El transporte ha cambiado mucho desde entonces.  Ahora somos apestados y esclavos a la vez, y muchos ayuntamientos siguen sin darse cuenta de que seguimos siendo fuente de riqueza. Quieren tener comodidades, pero no quieren aceptar que para ello dependen del transporte. Si el transporte es malo o lento, a los consumidores nos sale más caro y nos perjudica a todos. La sociedad tal como está montada actualmente debe procurar que exista el mejor transporte posible, y para ello se debe disponer de unas buenas infraestructuras, unos buenos vehículos, eliminar trámites e impuestos y mal que nos pese, convivir con las molestias que el transporte pueda ocasionar. Pero no se debe dejar de lado la posibilidad cierta de aprovechar su movimiento constante de dinero y recursos.

            Por otra parte, para que el transporte sea eficaz, deben existir muchos transportistas autónomos, de los cuales quedamos muy pocos. Me refiero a los que yo llamo “transportistas autónomos auténticos” en el capítulo I del libro que publiqué en su día titulado “Guia Práctica del Transportista Autónomo”  y que son los que tienen a su nombre el título, la tarjeta y el camión, lo que les hace ser independientes.

            Hay muchos, cada vez más,  que están dados de alta como autónomos, pero que no son transportistas, porque no tienen ni el título, ni la tarjeta, ni el camión a su nombre. Son los que pertenecen a las cooperativas formadas por las grandes empresas, a las órdenes de las cuales trabajan, y para las cuales actúan de falsos asalariados. Esos no son transportistas autónomos, son chóferes disfrazados de ellos porque les conviene a las empresas, pues les salen más baratos que los asalariados. Son falsos cooperativistas.

Durante los viajes que realizábamos sucedían cosas que ahora, echando la vista atrás, nos resultan cuando menos curiosas. Con discos de tacógrafo recién inventados que limitaban nuestro tiempo de trabajo y la velocidad, pero cuyo control era mínimo, sin ningún tipo de control de alcoholemia, sin teléfonos móviles y con pocos fijos, con carreteras que dejaban mucho que desear las cuales atravesaban poblaciones grandes y pequeñas, y con un sinfín de trámites burocráticos, la vida del transporte, que al igual que ahora estaba orientada al máximo rendimiento, presentaba lagunas y tiempos de ocio manipulables por el transportista o chófer, pues no había manera de probar si eran verdad las variadas argumentaciones de éste cuando explicaba por qué no había podido llegar en un determinado momento al destino.

            En la empresa de San José eran habituales excusas, que por otro lado muchas veces eran ciertas, como “estuvimos en cola porque había habido un accidente”, “el puerto estaba cerrado”, “tenía el camión averiado”, “no había ningún teléfono en la zona” “estaban arreglando el firme”, “tuve que descargar al día siguiente porque había una cola inmensa de camiones”, “tuve que coger un taxi para llegar a las oficinas de la empresa”, “estaban arreglando el papeleo”, etc. Muchas de ellas eran expresadas con la finalidad de cobrar dietas y gastos, de los cuales la empresa, que lo sabía, abonaba los que ella consideraba oportuno.

Actualmente, desde que nos han metido en esta globalización liberalizada,  disponer de tanto tiempo de ocio y camaradería es impensable, pues lo impide el férreo control que se ejerce sobre nosotros, tanto desde la Administración como desde las empresas, que saben en todo momento dónde estamos y lo que hacemos.  Además, nadie quiere vernos aparecer por su pueblo o ciudad y nos mandan a aparcar fuera, cuando en la época en que centro este relato, todo el mundo quería tenernos cerca porque éramos fuente de riqueza.



CAPITULO I

CÓMO ERAN LOS VIAJES QUE REALIZÁBAMOS A MARRUECOS