CAPÍTULO VIII
CABRAS, CAMELLOS, TORMENTA DE ARENA Y CARRETERA BAJO EL MAR
ANTES DE LLEGAR A EL AAIUN
Controles del ejército a partir de Tan-Tan y
paso por camino de cabras.
Echamos gasoil en
Agadir, llenando los depósitos, porque habíamos hecho una pequeña parada allí y
nos dijeron que en El Aaiun había muy poco gasoil. Al llegar a Tan-Tan tuvimos
que pasar fuertes controles del ejército porque podía haber suicidas o
atacantes saharauis. A uno de nosotros, Gamazo, como se llamaba Ismael, los soldados le preguntaban y más bien le
acusaban de ser judío, lo que le hizo asustarse mucho. Mi nombre, José, también
es judío, pero se fijaron en Gamazo. Menos mal que Ahmide les convenció de que
Ismael también era un profeta árabe y que era un nombre normal en nuestro país
y que no tenía nada que ver con los judíos.
Conseguimos pasar Tan-tan por una desviación porque estaban
arreglando la carretera, que en realidad era un camino de cabras, nunca mejor
dicho, porque en las cercanías había
varios rebaños de ellas. Las piedras
eran muy grandes y un recorrido de unos dos kilómetros nos costó muchísimo tiempo
atravesarlo con los camiones pues había que ir muy lentos para no dañar nada.
Una gran manada de camellos
Poco después de
haber pasado el camino, saliendo de una curva, encontramos unos compañeros que
venían de descargar del destino al que íbamos nosotros. Nos tuvimos que detener
porque sus camiones estaban parados en medio de la carretera. Eran Tino, Meli,
Galarraga y Gallastegui. Tenían la intención de sacarse unas fotos con una
manada inmensa de camellos pues había entre cincuenta y cien camellos, con un
pastor. En ese momento nuestros colegas iban hacia la manada y se le ocurrió a
Gamazo una idea: asustar a los camellos tocando las bocinas los tres camiones a
la vez. Lo hicimos, y el resultado fue el esperado. Se asustaron los camellos,
casi atropellan al pastor y nuestros compañeros no pudieron sacarse fotos con
ellos. Se agarraron un cabreo monumental y tuvimos que salir zumbando de allí
porque los veíamos capaces de pincharnos los camiones. Nos llamaron de todo
menos bonitos.
Cuando se les pasó
el enfado, paramos a hablar con ellos y nos contaron que más adelante no
podíamos pasar por la carretera hasta que no bajase la marea, pues se extendía
por una vaguada de unos cuantos kilómetros que permanecían cubiertos por el
agua del mar cuando estaba la marea alta.
Es curioso, pero durante el recorrido hubo una imagen que
nos chocó mucho, y era la cantidad de barcos embarrancados que había a lo largo
de la costa, desde Tan-Tan hasta El Aaiún. Sacamos la conclusión de que la
costa debía ser muy peligrosa por allí
Tormenta de arena
Pasado Tan Tan, proseguimos la ruta con la esperanza de que
nos fuera propicia la suerte cuando llegásemos a la vaguada cuyo paso dependía
de la marea. Hacía un día espectacular. De repente empezó a soplar el siroco
cada vez más recio. Echamos la vista hacia el lugar de donde venía y nos
quedamos horrorizados: un muro enorme de arena se acercaba hacia nosotros. Rápidamente
bajamos de los camiones y como
pudimos tapamos las entradas de
la admisión del motor con plásticos para que no entrase la arena. Nos encerramos en la cabina y llegó la gran nube.
Parecía el apocalipsis. No se veía nada. Estando todo cerrado, se nos metía la
arena por todos los resquicios. El viento era tan fuerte que creímos que los
camiones iban a volcar. Duró unas tres horas interminables. Había momentos en
que nos daba la sensación de que no íbamos a lograr salir de aquello. Pasada la
tormenta, al quitar las cortinas y asomarnos vimos que la carretera había
desaparecido.
Nos quedamos
alucinados. La carretera no existía. Las ruedas estaban cubiertas de arena
hasta una cuarta parte de su altura y no sabíamos la dirección que había que
tomar. Pero los hados estuvieron a nuestro favor. Una máquina quita arena venía
de Tan-tan y no tardó mucho en llegar. Nos enteramos posteriormente de que
nuestra suerte había sido muy grande, porque si llega a estar en El Aaiún,
hubiera tardado dos días en llegar al sitio donde estábamos, porque sólo había
una máquina para limpiar esa carretera. Le dimos espacio para que fuera
limpiando y mientras tanto disfrutamos del precioso paisaje, de las playas salvajes
y de los acantilados que allí había. Era un lugar maravilloso y nos hubiera
gustado ir de visita turística con tiempo para conocerlo bien.