lunes, 11 de noviembre de 2013

VIAJE A EL AAIÚN - CAPÍTULO I (Continuación)



 CAPÍTULO I (Continuación)

Anécdotas en el Palacio de Marrakech: un arco desmontable y conversación con el chófer de un militar.

En uno de nuestros viajes llevamos mercancía al palacio que el rey de Marruecos tenía en Marrakech. Estaba cercado con unas paredes altas, y era enorme en extensión. Había camellos en el exterior, que los marroquíes del lugar utilizaban para ofrecer a los turistas su monta y pasear en ellos, por un módico precio. El palacio estaba rodeado de una cantidad ingente de cigüeñas, yo creo que más de mil. Había tantas que parecía que nos iban a atacar.

            En dicho viaje, llevábamos una especie de máquinas y debíamos descargar dentro del palacio. Íbamos dos trailers, uno detrás del otro con un coche por delante de nosotros, que nos guiaba, pues el interior del palacio era enorme.  Llegamos a una entrada  por la que no pasábamos debido a la altura porque había un arco muy bonito que nos impedía pasar, pero se improvisó rápidamente una solución: el que conducía el coche llamó por un teléfono interior y al poco rato se presentó una cuadrilla de personas, que se subieron al arco y a la muralla y con mazas tiraron el arco. Lo recogieron y una vez pasados los camiones, les dieron órdenes para volver a reconstruirlo.

 Otro día me sucedió una anécdota curiosa. Tres camiones de San José habíamos transportado las maletas de los soldados que habían estado custodiando al rey durante dos meses en otro palacio que tenía el soberano marroquí en París.  Llevábamos allí tres días por problemas burocráticos y para resolver el problema de la descarga, apareció en un coche oficial muy lujoso un alto cargo militar con un montón de medallas en el pecho, que se bajó del auto y se dirigió a hablar con los responsables del palacio.

 El chófer de ese alto cargo militar, un marroquí alto y serio, disimuladamente se arrimó a mí y hablando muy bajito en un perfecto español, me dijo: “está el pueblo muerto de hambre y estos hijos de puta, fíjate que vida se han pegado estos dos meses en París…”. No hizo más que decirme esto y el militar moro que le mandaba, no sé si porque sospechó, se dirigió a él y le dijo algo a voz en grito, a lo que él salió pitando, así que no pude hablar más con él, cosa que me hubiera gustado, aunque me la jugaba, porque allí no se andaban con chiquitas en aquella época.

Un compañero reconoció a un guardia civil español disfrazado con chilaba.

A la hora de embarcar hacia casa había que tener cuidado porque siempre nos ofrecían hachis, y siempre mirando con la linterna por si nos habían metido algo. En una ocasión, estábamos tomando algo un chófer de San José que era de Zaragoza y yo en el bar de García, en Assilah, cuando de repente vemos entrar a dos personas con chilaba, hablando entre ellos, los dos morenos y con color de piel y rasgos árabes.

  Mi compañero se quedó mirando a uno de ellos. El otro le miró también, y se saludaron. Vimos su cara de asombro cuando reconoció a mi compañero, y nosotros nos quedamos un poco cortados, como que hubiéramos hecho algo que no debíamos.  Intercambiaron unas palabras y se marcharon él y su compañero rápidamente. Luego me comentó que era un guardia civil vecino suyo y llegamos a la conclusión de que estaba de incógnito y casi le aguamos la fiesta. Parecía un verdadero árabe y habló en árabe con los camareros que había allí.

Charla con un empresario catalán en el barco.

            En el barco, me encontré en uno de mis viajes con un empresario catalán. Después de haber comido, gratis, porque la comida va incluida en el billete, subí a la azotea del barco. Venía de regreso hacia España, hacía un día espléndido, no hacía casi viento, estaba tan sereno que la mayoría de la gente aparecimos a tomar el sol. Allí subió un empresario catalán que se sentó a mi lado y comenzamos a charlar del viaje, cuya duración es de unas dos horas y media desde Tánger hasta Algeciras.

Me preguntó cosas sobre cómo había metido el camión y otras zarandajas como de dónde era yo. Después, sin darle pie a nada me dijo:

-“Soy de Cataluña y vengo de Tánger. Allí  he puesto una fábrica. La he cerrado en Cataluña y la he abierto en Marruecos, porque con el socialismo en el poder no me fío nada”.
Le contesté:
-“Pues vaya un patriota”.
Y su respuesta:
- “Ni patriota ni nada, yo tengo que tener la fábrica donde pueda ganar dinero y si no es así no la mantengo”.

 En aquella época estaban llevando muchas fábricas españolas y francesas a Tánger.



CAPITULO II

CIRCUNSTANCIAS POLÍTICAS Y CLIMÁTICAS A PRINCIPIOS DE 1.985 RELACIONADAS CON EL VIAJE
           

Momento histórico-político del viaje               (CONTINUARÁ...)