CAPITULO VII
DE TANGER A TAN-TAN
Estancia algo accidentada en Tánger
En todas las fronteras había gente
que vivía del cambio de moneda. Allí, igual que en Irún, había establecimientos
de venta como bares o tiendas, que sacaban más dinero del cambio que de otra
cosa. Cambiábamos pesetas por Dirham para echar gasoil allí, porque estaba más
barato que en España, y para el recorrido por Marruecos, aunque también
admitían pesetas.
Siempre que estábamos en Tánger,
íbamos al “Biarritz”, restaurante que frecuentábamos mucho y así lo hicimos
esta vez. Allí tomamos unas birras y saludamos al encargado, Pingüi, que era
marroquí. En Marruecos, los chóferes de San José éramos gente muy importante y
nos codeábamos con las fuerzas vivas del lugar.
. Una vez presencié una partida de
cartas que protagonizaron Pingüi,
Loigorri, La Cabra, Sánchez el viejo, Guijo, el alcalde de Tánger y el jefe de
los gendarmes marroquíes, todos jugando a las siete y media. Se estaban jugando
mucha pasta. Yo no jugaba nunca porque no me gustaba. Loigorri les barrió a todos el dinero y me
invitó con la pasta que había ganado.
En el bar de la playa, que estaba al otro lado de Tánger,
nos dijo Pingüi que estaba Félix Salaberría. Yo quise saludarle y me fui solo
paseando hasta allí, mientras los demás se quedaron en el “Biarritz”. Llegué a
la entrada en el mismo momento en que salía Félix y me percaté de que un moro
le iba a golpear por la espalda según salía. Sin saludarle, fui hacia el moro,
lo agarré y lo lancé al suelo. Desde el suelo nos lanzó una serie de amenazas,
diciendo que iban a ir a por nosotros, pero como nos vieron firmes, él y los
que estaban dentro, no se movieron. Yo creo que creyeron que veníamos más gente
de los nuestros. Félix me explicó luego que al verle solo, se habían empezado a
meter con él, le rodearon, le quitaron el anillo y cuando él salía huyendo,
llegué yo.
Pasamos la noche en el parking de Tánger de la Aduana.
Había que darle un paquete de tabaco al poli. Hacía como que te revisaba la
cabina, dejabas el paquete, se lo metía en el calcetín y no te revisaba. Yo
tuve un problema porque llevaba un libro que tenía en la parte de atrás
dibujadas la hoz y el martillo. El gendarme dijo que eso estaba prohibido y
para no tener problemas se lo regalé.
Dentro del parking había todo tipo
de gente buscándose la vida. Había verdaderos artistas que te pintaban en el
camión lo que tú quisieras, una palmerita, tu nombre en árabe, o lo que
pidieras. Otros te lavaban el camión. Nunca te robaban. El guardia te recomendaba a una persona, le
dabas 5 dirhan al principio y otros 5 al finalizar la vigilancia y no había
problema. Si no le dabas dinero, te robaba el camión él mismo.
Por la tarde del día siguiente fuimos a una
discoteca que se llamaba “Las Grutas”. Estaba por allí Emiliano, que era un
alquilado nuevo de San José y era la primera vez que iba a Marruecos. Hizo
amistad con una mora y se fue con ella. Un rato después apareció despeinado,
con la vestimenta hecha unos zorros y con algunas heridas. Nos contó que había
intuido que le llevaban a una encerrona, le metió un puñetazo al taxista y una
patada a la mora y se había tirado del coche en marcha. Nos lo contó y le
echamos la bronca: “la primera vez que vienes y se te ocurre dejarte llevar por
esas callejuelas”. Emiliano era muy gracioso. En Narbonne un día me encuentro
con él que estaba parado en medio de la carretera y me llama: “hijoputa, desgraciado. Acabo de
cambiar la rueda, con este calorazo y llegas ahora, con la paliza que me he
metido”.
(Continuará)