A dormir a Chichaoua
El miércoles 13, después de haber estado esperando a que Ahamblis,
un marroquí que había sido capitán de la guardia real de Marruecos y que era el
encargado de la oficina de San José en Tánger, nos diera los papeles
arreglados, arrancamos ya tarde y fuimos a comer al “Cruce de Fez”, que era un
restaurante en un cruce de carreteras, situado a unos 160 kilómetros de Tánger,
cerca de Kenitra, después de haber pasado por Asilah y Larache.
Ibamos los tres camiones juntos, Ahmide iba el primero, por
su condición de ser natural de Marruecos, para que con su conocimiento del
medio, nos resolviera los posibles problemas y dificultades que pudieran
surgir, después iba yo y el último Gamazo.
Durante el trayecto, le comenté a mi hermano Miguel lo que me había ocurrido
en el viaje anterior desde Tanger a Rabat. Había llovido torrencialmente y se
produjo una gran inundación, de forma que no se veía la carretera. Teníamos que
llevar la mercancía, porque era para el Rey,
así que se movieron los mecanismos administrativos y políticos necesarios
y la solución fue pintoresca: dos marroquíes, uno por cada lado de la
carretera, se pusieron delante del convoy de camiones, y con palos, iban
cerciorándose de la profundidad y de la dirección. Los seguimos hasta que se
acabó el terreno inundado y pudimos continuar hasta Rabat.
Esta vez no pudimos parar en Asilah, por estar demasiado
cercano a Tánger, puesto que teníamos prisa e íbamos con retraso por las
circunstancias del viaje. En Asilah solíamos parar a comer o cenar a menudo en
un restaurante llamado “Casa García”, del que el dueño era español, y en el que
comíamos opíparamente cada vez que íbamos, a base de langostas, lenguados a la
plancha y todo tipo de mariscos y pescados recién sacados del mar y muy bien
cocinados.
En una ocasión, García, el dueño del
restaurante, me salvó de un aprieto.
Después de haber comido, salimos una fila de camiones en la que yo iba
el primero y tuvimos que cruzar el pueblo de Asilah. Resultó que estaban en
fiestas y habían puesto muchas cuerdas cruzadas de lado a lado de la calle con
banderitas. Me las llevé todas porque estaban más bajas que el camión. La
multitud se agolpó delante del primer camión, que era el mío y no nos dejaban pasar,
pidiendo que pagáramos el destrozo. Salió García, que por lo visto mandaba
mucho en el pueblo y a voces y de muy mala leche les dijo que nos dejaran
pasar, que la culpa era suya por haberlas puesto tan bajas. Así que se
apartaron y salimos zumbando sin mirar atrás.
Una vez que hubimos
comido, pasamos por Kenitra, Rabat, Mohammedia y Casablanca, para llegar a dormir a Chichaoua, poco
después de haber pasado Marraquech. Para poder dormir tranquilos, había que
seguir el procedimiento de siempre. Darle dinero a alguno de los marroquíes que
aparecían por allí, porque en Marruecos, aunque estés en el lugar más apartado,
siempre surge de la nada alguna persona. En el momento en que paramos, empezó a
aparecer gente. Contratamos a los primeros que aparecieron para que custodiaran
el camión toda la noche como solíamos hacer, cinco dirhan al principio y otros
cinco al finalizar la custodia.