lunes, 2 de noviembre de 2015

A DORMIR A CHICHAOUA



A dormir a Chichaoua

El miércoles 13, después de haber estado esperando a que Ahamblis, un marroquí que había sido capitán de la guardia real de Marruecos y que era el encargado de la oficina de San José en Tánger, nos diera los papeles arreglados, arrancamos ya tarde y fuimos a comer al “Cruce de Fez”, que era un restaurante en un cruce de carreteras, situado a unos 160 kilómetros de Tánger, cerca de Kenitra, después de haber pasado por Asilah y Larache.

Ibamos los tres camiones juntos, Ahmide iba el primero, por su condición de ser natural de Marruecos, para que con su conocimiento del medio, nos resolviera los posibles problemas y dificultades que pudieran surgir, después iba yo y el último Gamazo.

            Durante el trayecto, le comenté  a mi hermano Miguel lo que me había ocurrido en el viaje anterior desde Tanger a Rabat. Había llovido torrencialmente y se produjo una gran inundación, de forma que no se veía la carretera. Teníamos que llevar la mercancía, porque era para el Rey,  así que se movieron los mecanismos administrativos y políticos necesarios y la solución fue pintoresca: dos marroquíes, uno por cada lado de la carretera, se pusieron delante del convoy de camiones, y con palos, iban cerciorándose de la profundidad y de la dirección. Los seguimos hasta que se acabó el terreno inundado y pudimos continuar hasta Rabat.  
           
Esta vez no pudimos parar en Asilah, por estar demasiado cercano a Tánger, puesto que teníamos prisa e íbamos con retraso por las circunstancias del viaje. En Asilah solíamos parar a comer o cenar a menudo en un restaurante llamado “Casa García”, del que el dueño era español, y en el que comíamos opíparamente cada vez que íbamos, a base de langostas, lenguados a la plancha y todo tipo de mariscos y pescados recién sacados del mar y muy bien cocinados.
           
            En una ocasión, García, el dueño del restaurante, me salvó de un aprieto.  Después de haber comido, salimos una fila de camiones en la que yo iba el primero y tuvimos que cruzar el pueblo de Asilah. Resultó que estaban en fiestas y habían puesto muchas cuerdas cruzadas de lado a lado de la calle con banderitas. Me las llevé todas porque estaban más bajas que el camión. La multitud se agolpó delante del primer camión, que era el mío y no nos dejaban pasar, pidiendo que pagáramos el destrozo. Salió García, que por lo visto mandaba mucho en el pueblo y a voces y de muy mala leche les dijo que nos dejaran pasar, que la culpa era suya por haberlas puesto tan bajas. Así que se apartaron y salimos zumbando sin mirar atrás. 
 
  Una vez que hubimos comido, pasamos por Kenitra, Rabat, Mohammedia y Casablanca,  para llegar a dormir a Chichaoua, poco después de haber pasado Marraquech. Para poder dormir tranquilos, había que seguir el procedimiento de siempre. Darle dinero a alguno de los marroquíes que aparecían por allí, porque en Marruecos, aunque estés en el lugar más apartado, siempre surge de la nada alguna persona. En el momento en que paramos, empezó a aparecer gente. Contratamos a los primeros que aparecieron para que custodiaran el camión toda la noche como solíamos hacer, cinco dirhan al principio y otros cinco al finalizar la custodia.  

lunes, 20 de julio de 2015

DE TANGER A TAN-TAN



CAPITULO VII

DE TANGER  A TAN-TAN


Estancia algo accidentada en Tánger

            En todas las fronteras había gente que vivía del cambio de moneda. Allí, igual que en Irún, había establecimientos de venta como bares o tiendas, que sacaban más dinero del cambio que de otra cosa. Cambiábamos pesetas por Dirham para echar gasoil allí, porque estaba más barato que en España, y para el recorrido por Marruecos, aunque también admitían pesetas. 

            Siempre que estábamos en Tánger, íbamos al “Biarritz”, restaurante que frecuentábamos mucho y así lo hicimos esta vez. Allí tomamos unas birras y saludamos al encargado, Pingüi, que era marroquí. En Marruecos, los chóferes de San José éramos gente muy importante y nos codeábamos con las fuerzas vivas del lugar.

            . Una vez presencié una partida de cartas que protagonizaron  Pingüi, Loigorri, La Cabra, Sánchez el viejo, Guijo, el alcalde de Tánger y el jefe de los gendarmes marroquíes, todos jugando a las siete y media. Se estaban jugando mucha pasta. Yo no jugaba nunca porque no me gustaba.  Loigorri les barrió a todos el dinero y me invitó con la pasta que había ganado.

En el bar de la playa, que estaba al otro lado de Tánger, nos dijo Pingüi que estaba Félix Salaberría. Yo quise saludarle y me fui solo paseando hasta allí, mientras los demás se quedaron en el “Biarritz”. Llegué a la entrada en el mismo momento en que salía Félix y me percaté de que un moro le iba a golpear por la espalda según salía. Sin saludarle, fui hacia el moro, lo agarré y lo lancé al suelo. Desde el suelo nos lanzó una serie de amenazas, diciendo que iban a ir a por nosotros, pero como nos vieron firmes, él y los que estaban dentro, no se movieron. Yo creo que creyeron que veníamos más gente de los nuestros. Félix me explicó luego que al verle solo, se habían empezado a meter con él, le rodearon, le quitaron el anillo y cuando él salía huyendo, llegué yo.

Pasamos la noche en el parking de Tánger de la Aduana. Había que darle un paquete de tabaco al poli. Hacía como que te revisaba la cabina, dejabas el paquete, se lo metía en el calcetín y no te revisaba. Yo tuve un problema porque llevaba un libro que tenía en la parte de atrás dibujadas la hoz y el martillo. El gendarme dijo que eso estaba prohibido y para no tener problemas se lo regalé.

            Dentro del parking había todo tipo de gente buscándose la vida. Había verdaderos artistas que te pintaban en el camión lo que tú quisieras, una palmerita, tu nombre en árabe, o lo que pidieras. Otros te lavaban el camión. Nunca te robaban.  El guardia te recomendaba a una persona, le dabas 5 dirhan al principio y otros 5 al finalizar la vigilancia y no había problema. Si no le dabas dinero, te  robaba el camión él mismo.

             Por la tarde del día siguiente fuimos a una discoteca que se llamaba “Las Grutas”. Estaba por allí Emiliano, que era un alquilado nuevo de San José y era la primera vez que iba a Marruecos. Hizo amistad con una mora y se fue con ella. Un rato después apareció despeinado, con la vestimenta hecha unos zorros y con algunas heridas. Nos contó que había intuido que le llevaban a una encerrona, le metió un puñetazo al taxista y una patada a la mora y se había tirado del coche en marcha. Nos lo contó y le echamos la bronca: “la primera vez que vienes y se te ocurre dejarte llevar por esas callejuelas”. Emiliano era muy gracioso. En Narbonne un día me encuentro con él que estaba parado en medio de la carretera  y me llama: “hijoputa, desgraciado. Acabo de cambiar la rueda, con este calorazo y llegas ahora, con la paliza que me he metido”.

(Continuará)

martes, 16 de junio de 2015

EL EMBARQUE EN ALGECIRAS



CAPITULO VI

EL EMBARQUE EN ALGECIRAS


Prolegómenos del embarque

            Antes solamente había una entrada en el puerto de Algeciras. Ahora hay varias. La guardia civil pedía los papeles en la entrada para saber el destino de la mercancía. Fuimos al parking y le dimos al transitario los papeles. Mientras tanto, nos acercamos al edificio de embarque a sellar los pasaportes. El transitario trajo los papeles arreglados y las órdenes para embarcar que nos decían en qué ferry debíamos embarcar y a qué hora, porque dependía de si había sitio o no. Nos tocó embarcar al día siguiente, domingo 10, a primera hora, en el Ferry marroquí “Batouta”.
 
            Allí nos encontramos con los dos camiones que nos iban a acompañar, puesto que llevaban carga para el mismo destino. Uno era el Volvo F-10 conducido por Gamazo, que era conocido por “el peinao” por la forma de su cabina y otro el que llevaba un marroquí que vivía en Francia, llamado Ahmide. Éste era uno de los dos chóferes de un tal González, un gallego casado con una francesa, que alquilaba los camiones a San José. Nos felicitamos por llevar a un autóctono, pues pensamos que al saber el idioma y conocer las costumbres, nos ayudaría a resolver los posibles problemas de comunicación que pudieran presentarse.

            Mientras hacíamos tiempo hasta embarcar, nos acomodamos en un lugar estratégico para ver en acción a la policía de aduanas controlando los coches que salían de los barcos que venían de Marruecos. Era un espectáculo ver a los perros descubrir en qué coche venía droga. Había una larga fila de vehículos y el policía se acercaba al primero con el perro. Soltaba al perro y éste iba directamente y sin dilación hacia el coche que transportaba droga, aunque estuviera al final de la cola. Siempre había alguien que traía estupefacientes, y nosotros nos divertíamos mucho mirando.

Solamente había dos ferrys. Uno era marroquí, el “Batouta”, y otro español, de Transmediterránea. El nombre del ferry marroquí se lo habían puesto en honor a “Ibn Batouta”, que fue un viajero y explorador nacido en Tánger en el año 1.304. Dicen que cubrió una distancia mayor que Marco Polo. Recorrió África, Europa, Sureste asiático y China. También lleva su nombre el aeropuerto de Tánger.

            Tanto en el “Batouta” como en el barco de Transmediterránea teníamos que entrar hacia atrás, porque sólo tenían apertura por un lado, y la cosa era harto difícil. Se rompían espejos y se llevaban algún golpe las gabarras. Cuando nosotros fuimos a embarcar en el “Batouta” coincidió que estaba la marea baja, con lo que tuvimos todavía más dificultades para entrar, pues la rampa de entrada estaba hacia abajo y era muy peligroso. Lo hicimos todos con mucho cuidado y muy lentamente evitando en lo posible el roce de las patas de la gabarra con el suelo.

            Como el pasaje estaba pagado para una sola persona, mi hermano Miguel tuvo que ir escondido en la cama del camión, y con la cortina cerrada, porque hubiera tenido que pagar su billete. En la entrada del barco había una persona que nos dio una botella de whisky y un cartón de tabaco. Era un regalo de la compañía que creo que en la actualidad ya no se da. Con ese regalo podíamos comprar a los policías en Marruecos.  

El paso del estrecho nos dejó “vacíos”
                       
Poco después de salir del puerto, se levantó un fuerte viento de levante, y el barco comenzó a bambolearse. El viento arreciaba cada vez más y el barco daba unos bandazos increíbles. Aquello fue demencial. Todo el mundo estaba en cubierta echando por la boca hasta la última papilla. Había gente de todas las razas y nacionalidades. Los delfines que habitualmente escoltaban al barco y demás peces, tuvieron comida de sobra.

 Nosotros estuvimos un rato en cubierta y luego nos fuimos al camión a tumbarnos, aunque estaba prohibido mientras el barco estuviera en marcha. Los excusados estaban imposibles y era horroroso ver cómo las mujeres marroquíes, con el pañuelo a la cabeza devolvían encima de las mesas, porque no las dejaban entrar en el bar a vomitar. El olor dentro del barco era insoportable. Era una mezcla de vómitos, residuos humanos y vete a saber qué cosas más. Una mujer marroquí cogió una papelera para vomitar en ella y salió el barman como una bala y la empujó para que no lo hiciera dentro, así que todo cayó en el suelo.  Los viajeros no podían andar sin resbalarse. Horrible.

 Cuando el barco quiso entrar en Tánger, no pudo porque se lo llevaba la corriente, y falló la entrada por la bocana, así que tuvimos que volver a Algeciras. Allí estuvimos con el barco parado hasta el día siguiente, lunes 11 de febrero, que pasó el temporal. A la segunda vuelta, una vez calmado el temporal, conseguimos entrar en Tánger. El viaje desde Algeciras a Tánger duraba entre dos horas y dos horas y media.

             Ya no pudimos deshacer la aduana porque los papeleos en Marruecos, al menos en aquel tiempo eran muy complicados salvo que fuera un viaje directo para la Casa Real, y tuvimos que quedarnos los días 11 y 12 para terminar los tramites aduaneros. Durante ese tiempo, fuimos de gira por Tánger.

 (continuará)