La oficina de San José
En la oficina se nos daba
instrucciones, recogíamos los papeles y nos daban el dinero que nosotros
creíamos que íbamos a necesitar. “¿Cuánto necesitas para este viaje?”. Por lo
general, recibíamos todo el dinero que pedíamos, y luego nos lo descontaban del
importe que facturábamos a final de mes. Eso significaba que algunos, a los que
les gustaba jugarse el dinero en ciertos lugares como el Carrito, en Francia, o
gastárselo en otros vicios inconfesables, a fin de mes debían más que lo que
facturaban. Así que siempre trabajaban con dinero adelantado y estaban en
permanente deuda con la empresa.
En este viaje, a Rebollo, que era chófer de la empresa,
Javier le mandó dejar el remolque para que lo enganchara un alquilado, Ismael Gamazo.
Javier era el Jefe
de Tráfico, el que cortaba el bacalao, un hombre de baja estatura pero de mucha
inteligencia, serio, que trataba a todo el mundo de usted, y que dirigía todo
sin olvidarse de ningún detalle. Sabía dónde estaban todos los camiones, que
eran muchos, en cada momento, y controlaba incluso la situación económica y la
forma de ser de cada persona.
Con él estaba Pablo, otra persona
especial con una memoria prodigiosa, algo robusto y de parecida estatura, que a
todos nos conocía bien. No le hacía falta agenda, tenía en su memoria los
teléfonos de todos.
Estas dos personas excepcionales distribuían los viajes con
mucho tacto y mano izquierda, capeando los caracteres de los chóferes de la
empresa y de los alquilados, cosa que no era nada fácil. Allí estaban entre
otros el Alambritos, Enrique (de Benavente, que quiso ser torero), Benjamín (que
casi llega a ser cura y colgó los hábitos en el último momento; era
especialista en ciclismo y en imitaciones de compañeros), la familia Sánchez,
compuesta por Sánchez el viejo y sus hijos Jerónimo (apodado “La Cabra”) y
Antonio, Leopoldo (con su cartera siempre repleta, que la sacaba en público con
orgullo y la llamaba la Leopolda), Pizarrín (de Elorrio), Tarugo y su hijo, Loigorri,
Guijo, el Rioja, el Lute, Curro, Collado, los Gamazo, los Tudero (Meli y Tino),
Ameyugo, Ventura, Chao, Félix Salaberría, Juanito “el Rompe Bragas”, Juanito
Lecuona (de Oiartzun), Díez, los cuñados Tonis, (que eran de Tomelloso),
Blanca, Juan Luis, Piloto, Collado, Juan Mari el de Huici, “El Peque”, Puente, Muguruza,
Jose Luis el de Burgos, Enrique Oreja, Eugenio Nicolás, Guti, Elola, Manolito
el americano, Escamilla, Paco Portu, Fariñas (el Fari), Oyarbide, Miguel el
casero, Basilio el mafioso, Galarraga, Gallastegui, “El Panadero” (que era de
Extremadura), Azanza, Juan Cruz, “Pecho
Látigo”, (le llamaban así porque era estrecho de pecho), y otros tantos más,
que me perdone al que no le haya mencionado, entre los que nos incluíamos mi
padre Eugenio García, mi hermano Eugenio, (llamado “el llanero solitario”) y
yo. Éramos personas de todo tipo de caracteres y ambiciones, dificilísimas de
llevar.
Por encima de Javier y Pablo,
estaban los mandamás, Quiroga y Estensoro, los socios emprendedores. Los dos
eran verdaderos empresarios, de los que no hay ahora, porque sabían motivar a
la gente. Siempre tenían muy claro que los que sacaban la empresa adelante eran
los chóferes, así que los tenían muy bien incentivados.
Yo sólo conocí a Quiroga que era
gallego. Quiroga era
un hombre que infundía respeto. Alto, fornido, bien plantado, con fuerte
personalidad, hablaba francés perfectamente y tenía muy buenos contactos en las
altas esferas. Era capaz de echar la bronca a cualquier gendarme en su propio
idioma, como sucedió una vez que yo estaba presente.
Se cuenta que una vez al “Alambritos” lo pararon los gendarmes y porque
no le dejaban seguir conduciendo, le pegó un puñetazo a uno de ellos. Lo
detuvieron y tuvo que llamar a San José para que pagaran la multa o la fianza y
pudiera salir de la cárcel. La empresa pagó doscientas mil pesetas, un dineral
en aquel tiempo, y cuando llegó a Oiartzun, le llamó Quiroga a su oficina. Él
ya estaba preparado para recibir la bronca cuando se llevó una agradable
sorpresa, porque Quiroga le dio la enhorabuena por defender la empresa y además
una gratificación. Salió de allí dispuesto a comerse el mundo y a morir por la
empresa si fuera necesario.
En otra ocasión en que, debido a una
huelga, en el peaje de la autopista y en las carreteras de acceso a Irún, se
quedaron paralizados un gran número de camiones durante varios días, incluido
un fin de semana, Quiroga, a bordo de una furgoneta conducida por un empleado
de San José, se dedicó a repartir bocadillos entre los transportistas, sin
reparar de dónde fueran ni a qué empresa pertenecieran. Eran otros tiempos,
otras mentalidades y otras personas. Gente que entendía el trabajo que conlleva
conducir un camión.