jueves, 14 de febrero de 2013

ANÉCDOTA EN AMBERES



ANÉCDOTA EN AMBERES

            Llegó a Antwerpen (Amberes) hacia las 19 horas de un día de diciembre, ya bien entrada la noche. Utilizó la entrada que le marcaba el mapa, que le llevó derecho al puerto, donde se introdujo en la intrincada red de pasillos y pabellones para intentar llegar a donde tenía que cargar. Sólo que no había manera de encontrar el sitio. Entre las calles había un canal y la carretera que lo atravesaba se dividía en dos mitades cada vez que pasaba un barco a través de él. Estaba un poco despistado, pero seguro de que no debía pasar al otro lado del canal. Dio unas cuantas vueltas y se dio cuenta de que estaba conduciendo en círculo. Paró y se quedó en la cabina. No había ni un alma por la calle para preguntar. Se puso a estudiar el mapa detenidamente intentando descifrar cómo llegar a su destino, y cuando se encontraba más desanimado se percató de que había un taxi aparcado a unos cincuenta metros, con una persona dentro. Se le abrió el cielo.

Bajó del camión con los papeles en la mano y se los enseñó al taxista, solicitándole ayuda chapurreando un poco de inglés. No quiso hablan nada de francés por si hería alguna susceptibilidad de flamencos o valones. El taxista, amabilísimo, le indicó que le siguiera y así lo hizo hasta que le llevó al destino. Quiso pagarle, pero se sintió ofendido y no quiso aceptar nada. Una vez visto el edificio donde iba a cargar al día siguiente, aparcó el camión lo más cerca posible y se dirigió a cenar a un restaurante español llamado “Las Mañas”, lugar que le había indicado el taxista.

            El restaurante “Las Mañas” era grande, tenía nada menos que a veintisiete personas empleadas, y había que formar cola para cenar, esperando a que fueran saliendo los comensales que iban terminando. En la cola se puso a hablar con otro transportista español y, cuando les tocó el turno se sentaron juntos en una mesa.

            Fueron encontrando entre ellos muchos puntos en común, y después de cenar, habiéndose contado chistes y chascarrillos con las clásicas exageraciones de quienes saben que lo que digan no se va a poder comprobar, llegaron al acuerdo de ir esa noche a ver los escaparates, que estaban cerca del restaurante.

            Llegaron a la zona y después de dar una pequeña vuelta, decidieron entrar en uno donde las chicas que se exhibían les parecieron de muy buen ver y pensaron que de mejor tocar. Entraron al local y se pusieron a tomar algo con las dos chicas que eligieron y que estaban buenísimas, y después de un rato y de pagar en la barra al encargado por la bebida y el servicio, se subieron a las habitaciones, cada uno con una de las chicas.

            Primero bajó uno, salió por la puerta  y se puso a esperar la salida del otro. Cuando éste salió, dijo:

-          La mía era un tío, y me lo advirtió antes de empezar, pero como ya había pagado …
-          La mía también.

Y se fueron a dormir al camión.