miércoles, 16 de julio de 2014

DE OIARTZUN A ALGECIRAS



CAPITULO V

DE OIARTZUN A ALGECIRAS


Gamazo lleva una pieza para el camión de uno de los secuestrados por los kurdos en 1981.

Antes de salir, como íbamos al mismo destino y nos teníamos que ver en Algeciras para montar en el barco y pasar al otro lado del estrecho, hablamos con Gamazo, y nos contó que le habían encargado transportar a El Aaiún una pieza (una bomba de agua) para sustituir a la que estaba rota del camión de Ameyugo,  un alquilado que había transportado ya estructuras como las que llevábamos nosotros y que se había quedado allí tirado.  En esos sitios como no te arregles tú el camión, no lo va a hacer nadie, pues en el desierto no hay talleres.

            Ameyugo, junto con Azanza, Loigorri y otros dos más que no recuerdo, en un viaje anterior que hicieron a Irak, el 12 de junio de 1981, fueron apresados y estuvieron secuestrados durante diez horas por los kurdos. Según cuenta Azanza en una entrevista que le hicieron para El Diario Vasco en diciembre de 2010,  no hubo heridos, pero les quemaron dos camiones y ametrallaron a los otros.

 Iban a Solimanilla, que era el Kurdistan ocupado por los iraquíes. Habían cargado cinco camiones de chapa ondulada para una fábrica de azúcar y pasaron por Kirkur, ciudad petrolífera, donde se vieron obligados a bañarse debido a que hacía un calor sofocante, entre cuarenta y cincuenta grados. Como no tenían trajes de baño, se cortaron los pantalones. Más tarde, al pararse a cenar, se vieron apuntados por las metralletas de cinco guerrilleros kurdos. Les llevaron a una pequeña aldea y estuvieron allí desde las siete de la tarde hasta las cinco de la mañana, momento en que un comando iraquí hizo huir a los kurdos y los liberó. Refiere Azanza que en aquella época hizo ocho viajes a Irak, la mayoría a Bagdad, y no tuvo más percances.

Nos “sustraen” gasoil en un pueblo de Burgos.

            Una vez recibido el dinero, las instrucciones y los papeles, mi hermano Miguel y yo nos dispusimos a salir. Primero echamos gasoil en la gasolinera de Lintzirin, enfrente de la propia sede de San José. Llenamos el depósito, que tenía quinientos litros de capacidad.  Mi vehículo era una cabeza tractora Renault 355, apodado en la jerga del gremio “gitano con gabardina”, porque tenía un motor Barreiros, que era español y sin embargo la cabina y el nombre (Renault) eran franceses, y se les suponía superior categoría.

Unas tres horas después, estábamos cenando en “La espiga de Oro”, un restaurante situado a la entrada de Santa María Ribarredonda, pueblo de Burgos cercano a Pancorbo, en el que había un amplio parking para camiones. Allí pasamos la noche, durmiendo cada uno en una de las dos camas que tenía la cabina. Lo bueno que tenían las cabinas Renault es que eran espaciosas.

            El día 8 de febrero, viernes, tocó el despertador a las siete de la mañana y al espabilarnos oímos unas voces alrededor. Apartamos las cortinas y vimos que había gente maldiciendo y haciendo aspavientos. Pusimos el contacto para arrancar el camión y nos dimos cuenta de que la aguja del depósito de gasoil marcaba un poco menos de la mitad. Enseguida llegamos a la conclusión de que nos habían robado gasoil, unos doscientos cincuenta litros. Nos vestimos, bajamos y se confirmaron nuestras sospechas, porque el depósito del gasoil estaba destapado y el tapón en el suelo. Vimos que había muchos otros camiones afectados. Fuimos todos al restaurante para llamar a la guardia civil y denunciar el hecho pero mientras los demás llamaban por teléfono, nosotros desayunamos y tomamos la decisión de marcharnos, porque no íbamos a conseguir nada más que perder el tiempo.

Desde Burgos a Algeciras por la ruta de la Plata.

            Así que partimos sin dilación y nos fuimos a echar gasoil a “La Brújula”, a llenar el depósito que nos habían vaciado hasta la mitad. Después de salir con el depósito lleno, se nos planteó la duda de qué ruta debíamos elegir para llegar hasta Algeciras, si la de Madrid o la de Valladolid (Ruta de la Plata, que por lo que se ve significa camino empedrado y nada tiene que ver con el preciado metal). Elegimos esta última opción. La carretera estaba más machacada, pero nos parecía más llevadera por ser más llana y haber menos tráfico. No había entonces autovías ni variantes, la carretera era de doble dirección y pasábamos en general por el centro de las ciudades. La ruta elegida resultó ser  verdaderamente mala.

            Pasamos por el centro de Burgos, por un lado de Valladolid y por todo el centro de Salamanca. Paramos a comer en un restaurante situado entre Salamanca y Béjar. Creo recordar que, atravesado Béjar, se estrechaba la carretera para pasar por debajo del arco de un puente que podría ser romano. Los camiones debíamos cruzar por el mismo centro de la carretera, porque si nos ladeábamos podíamos rozar con lo más alto y destrozar el toldo. Después de haber dejado atrás Plasencia y llegado al pueblo de Cañaveral recuerdo que bordeábamos durante un buen rato un pantano que se llama embalse de Jose Maria Oriol.

Llegamos a Cáceres y una vez pasado fuimos hacia Mérida. Paramos a tomar café en el cruce de las Herrerías y fuimos a cenar cerca de las Pajanosas, con la intención de madrugar para pasar Sevilla cuanto antes y poder llegar a Algeciras con el tiempo necesario para hacer los trámites y embarcar. Hacia las 12 del mediodía del día 9 de febrero, sábado,  estábamos en el puerto de Algeciras.

           

viernes, 30 de mayo de 2014

LA OFICINA DE SAN JOSE



La oficina de San José

            En la oficina se nos daba instrucciones, recogíamos los papeles y nos daban el dinero que nosotros creíamos que íbamos a necesitar. “¿Cuánto necesitas para este viaje?”. Por lo general, recibíamos todo el dinero que pedíamos, y luego nos lo descontaban del importe que facturábamos a final de mes. Eso significaba que algunos, a los que les gustaba jugarse el dinero en ciertos lugares como el Carrito, en Francia, o gastárselo en otros vicios inconfesables, a fin de mes debían más que lo que facturaban. Así que siempre trabajaban con dinero adelantado y estaban en permanente deuda con la empresa.

En este viaje, a Rebollo, que era chófer de la empresa, Javier le mandó dejar el remolque para que lo enganchara un alquilado, Ismael Gamazo.

 Javier era el Jefe de Tráfico, el que cortaba el bacalao, un hombre de baja estatura pero de mucha inteligencia, serio, que trataba a todo el mundo de usted, y que dirigía todo sin olvidarse de ningún detalle. Sabía dónde estaban todos los camiones, que eran muchos, en cada momento, y controlaba incluso la situación económica y la forma de ser de cada persona.

            Con él estaba Pablo, otra persona especial con una memoria prodigiosa, algo robusto y de parecida estatura, que a todos nos conocía bien. No le hacía falta agenda, tenía en su memoria los teléfonos de todos.

Estas dos personas excepcionales distribuían los viajes con mucho tacto y mano izquierda, capeando los caracteres de los chóferes de la empresa y de los alquilados, cosa que no era nada fácil. Allí estaban entre otros el Alambritos, Enrique (de Benavente, que quiso ser torero), Benjamín (que casi llega a ser cura y colgó los hábitos en el último momento; era especialista en ciclismo y en imitaciones de compañeros), la familia Sánchez, compuesta por Sánchez el viejo y sus hijos Jerónimo (apodado “La Cabra”) y Antonio, Leopoldo (con su cartera siempre repleta, que la sacaba en público con orgullo y la llamaba la Leopolda),  Pizarrín (de Elorrio), Tarugo y su hijo, Loigorri, Guijo, el Rioja, el Lute, Curro, Collado, los Gamazo, los Tudero (Meli y Tino), Ameyugo, Ventura, Chao, Félix Salaberría, Juanito “el Rompe Bragas”, Juanito Lecuona (de Oiartzun), Díez, los cuñados Tonis, (que eran de Tomelloso), Blanca, Juan Luis, Piloto, Collado, Juan Mari el de Huici, “El Peque”, Puente, Muguruza, Jose Luis el de Burgos, Enrique Oreja, Eugenio Nicolás, Guti, Elola, Manolito el americano, Escamilla, Paco Portu, Fariñas (el Fari), Oyarbide, Miguel el casero, Basilio el mafioso, Galarraga, Gallastegui, “El Panadero” (que era de Extremadura), Azanza, Juan Cruz,  “Pecho Látigo”, (le llamaban así porque era estrecho de pecho), y otros tantos más, que me perdone al que no le haya mencionado, entre los que nos incluíamos mi padre Eugenio García, mi hermano Eugenio, (llamado “el llanero solitario”) y yo. Éramos personas de todo tipo de caracteres y ambiciones, dificilísimas de llevar. 

            Por encima de Javier y Pablo, estaban los mandamás, Quiroga y Estensoro, los socios emprendedores. Los dos eran verdaderos empresarios, de los que no hay ahora, porque sabían motivar a la gente. Siempre tenían muy claro que los que sacaban la empresa adelante eran los chóferes, así que los tenían muy bien incentivados.

            Yo sólo conocí a Quiroga que era gallego. Quiroga era un hombre que infundía respeto. Alto, fornido, bien plantado, con fuerte personalidad, hablaba francés perfectamente y tenía muy buenos contactos en las altas esferas. Era capaz de echar la bronca a cualquier gendarme en su propio idioma, como sucedió una vez que yo estaba presente.

Se cuenta que una vez al  “Alambritos” lo pararon los gendarmes y porque no le dejaban seguir conduciendo, le pegó un puñetazo a uno de ellos. Lo detuvieron y tuvo que llamar a San José para que pagaran la multa o la fianza y pudiera salir de la cárcel. La empresa pagó doscientas mil pesetas, un dineral en aquel tiempo, y cuando llegó a Oiartzun, le llamó Quiroga a su oficina. Él ya estaba preparado para recibir la bronca cuando se llevó una agradable sorpresa, porque Quiroga le dio la enhorabuena por defender la empresa y además una gratificación. Salió de allí dispuesto a comerse el mundo y a morir por la empresa si fuera necesario.

            En otra ocasión en que, debido a una huelga, en el peaje de la autopista y en las carreteras de acceso a Irún, se quedaron paralizados un gran número de camiones durante varios días, incluido un fin de semana, Quiroga, a bordo de una furgoneta conducida por un empleado de San José, se dedicó a repartir bocadillos entre los transportistas, sin reparar de dónde fueran ni a qué empresa pertenecieran. Eran otros tiempos, otras mentalidades y otras personas. Gente que entendía el trabajo que conlleva conducir un camión.


viernes, 28 de marzo de 2014

LA EMPRESA DE TRANSPORTES SAN JOSE



CAPÍTULO IV

 LA EMPRESA DE TRANSPORTES SAN JOSE


Breve bosquejo de la empresa de transportes San José.

            La empresa de Transportes San José había comenzado su andadura hacia el año 1948, fecha en que adquirió su primer camión, pero no se inició en el transporte internacional hasta 1960. Los camiones adquiridos eran de marca “Mack”, la marca norteamericana de la compañía Mack Trucks, que en 1938 se convirtió en la primera en fabricar sus propios motores diésel para camiones pesados y que con la II Guerra Mundial, sirvió al ejército norteamericano una gran cantidad de unidades. Los primero camiones eran de los de morro, pero luego vinieron camiones chatos, sin morro, mucho más prácticos, pues permitían más visibilidad. Era famoso el perro “bulldog” que llevaban los camiones de San José como logo de la empresa, posteriormente modernizado.

            Mi padre fue uno de los autónomos pioneros en el transporte internacional. Comenzó a trabajar para Transportes San José en los años 60 llevando pizarra a Francia desde el pueblo gallego de O Barco de Valdeorras.

Yo tuve la suerte de ir de niño con mi padre durante unas vacaciones de verano a cargar la pizarra y pude constatar que era una auténtica odisea, debido a las carreteras que había entonces y a las limitaciones del camión Barreiros, Super Azor, un “tres ejes con acerbi”, que llevábamos. “Acerbi” significaba que atrás llevaba dos ejes muy juntos. Podía transportar un máximo de quince toneladas de mercancía, aunque algunas veces llevaba dieciséis o diecisiete. Las cuestas se hacían interminables, sobre todo cargado, pues el puerto del Manzanal tenía  de doce o catorce kilómetros, tanto de subida como de bajada, y el ruido era muy potente y continuado. Desde Ponferrada hasta el pueblo Domingo Flores, se tardaba por lo menos tres cuartos de hora, pues la carretera parecía un camino, entre curvas y badenes.

España estaba deshecha. Baste decir que para ir a Madrid desde Irún, costaba catorce horas. De todas las subidas de los largos puertos le vino la sordera a mi padre, sobre todo en el oído izquierdo, porque como el camión no llevaba aire acondicionado como lo hacen los camiones de ahora, debía tener la ventanilla izquierda abierta en verano si no quería asarse de calor, y el ruido le afectaba directamente en el oído de ese lado.

También viajaban con ostras vivas que cargaban en Badajoz, en la misma frontera con Portugal, y que llevaban a Arcachon. Las ostras eran pequeñas, y las hacían grandes en los criaderos de Francia para venderlas en Navidad, pero al pasar la frontera, los gendarmes franceses revisaban los camiones y los inspectores decían en general que no valían las ostras y que había que devolverlas. Los camiones volvían a España, pero por arte de birli-birloque, de una manera o de otra se lograba enviar las ostras. Unas veces cambiando de camión, otras veces esperando a que cambiaran de inspectores, otras de diversas formas, pero la mercancía nunca se devolvía a Portugal.

            Contaba Salvador, un chófer de la empresa que terminó de correveidile para hacer los papeleos, que una vez que vino un inspector francés nuevo de Aduanas, Quiroga, el jefe de San José, le hizo ponerse su traje, ir a recogerlo en su flamante coche y llevarlo a comer a Igueldo, mientras se despachaban los camiones que tenían peligro de ser devueltos.
 
Entre los años setenta y ochenta y cinco, la empresa San José realizó muchos viajes  a Oriente Medio. En los años ochenta fue sustituyendo su conjunto de vehículos norteamericanos por camiones fabricados en Europa. Durante su andadura, tenía su sede central en Oiartzun, y delegaciones en Madrid, Barcelona y Zaragoza y en países como Francia, Holanda, Alemania y Marruecos. En el año 2002 se fusionó con Transportes López, que inició su actividad en 1949, dando lugar al Grupo San José & López, llamado SJL
(continuará)
 Próxima entrada:
La oficina de San José

jueves, 27 de febrero de 2014

NOS ENCARGAN EL VIAJE A EL AAIÚN



Nos encargan el viaje desde Lyon a El Aaiún, cargamos y viajamos hacia España.

            Llegados al destino y mientras descargábamos fui a llamar por teléfono. Por entonces no había móviles, había que comunicarse por medio de teléfonos fijos. Llamé con un teléfono de la fábrica a la oficina que tenía San José en París, y la mademoiselle Mauriceu (creo que se llamaba así o algo parecido), me comunicó la nueva misión. Debía cargar en la propia ciudad de Lyon y el destino era El Aaiún, en el Sahara. Era una mercancía urgente.

            Ya veía el panorama. Los dos siguientes fines de semana no iba a pisar por casa, siempre y cuando todo fuera bien, pues podría haber dificultades y prolongarse la ausencia. Pero no puse objeciones. Por un lado, porque eran muchos kilómetros entre la ida y la vuelta, que sería de vacío hasta España, y a nosotros nos pagaban por kilómetro. Y por otro lado porque debido a la gran nevada, no habíamos trabajado casi nada durante el mes de enero y necesitábamos compensar esa pérdida. Además, me encontraba en plena juventud y la expectativa de una aventura como aquélla era para mí irresistible. No podía dejar pasar esa oportunidad. 

            Después de descargar y de recoger los papeles pertinentes, nos dirigimos hacia el lugar de la nueva carga, que no quedaba muy lejos, a unos veinte kilómetros. Allí nos encontramos con un chófer de San José, “Pies Sucios”, que estaba esperando a cargar lo mismo que nosotros. Los compañeros le habían puesto ese mote, pero su nombre era Miguel Rebollo y tenía entonces un camión MERCEDES. Nosotros teníamos camión RENAULT. En la empresa de San José, muchos de sus chóferes y alquilados teníamos motes o diminutivos. De entrada, nos comunicó que la mercancía estaba sin terminar de hacer, y que había que esperar hasta el día siguiente, cosa que nos confirmaron en las oficinas. Estaba lloviendo a cántaros. Menos mal que llevábamos libros y cuando no estábamos en el bar, nos poníamos a leer para pasar el tiempo.

            Hubo que desmontar el costado para cargar, cuando en esa época, los pilares de las gabarras eran desmontables pero no por piezas, sino enteros, y había que quitarlos a mano, con lo que pesaban. Los toldos había que recogerlos también a mano, también eran muy pesados, y además había que subirse encima de los arquillos para desmontar el toldo y para montarlo. Después había que quitar las cartolas y los arquillos. Por cierto, no eran de aluminio como ahora, no existían los tautliner. Yo las llamaba gabarras “Rambo” porque eran todo músculo.  Las gabarras estaban montadas con hierros.

Pero las estructuras que íbamos a cargar eran delicadas y costó mucho tiempo hacerlo, varias horas. Teníamos una gabarra de dos ejes, y la carga pesaba bastante, veintitrés toneladas. Nos enviaron a hacer aduana al aeropuerto de Lyon-Bron, de donde salimos con el camión precintado. Después vinimos por la autopista de Lyon-Narbonne-Toulouse y desde allí hasta Oiartzun por carretera nacional, porque todavía no estaba construida la actual autopista.

Revisión en la Frontera de Irún

            Al llegar a la frontera de Irún la mañana del día 7 de febrero, jueves, el guardia civil que estaba encargado de controlar el paso de vehículos nos hizo entrar en la Explanada de Camiones. Siempre pasaba lo mismo, cuando había prisa, todo se ralentizaba. Al entregarle los papeles, el guardia civil iba eligiendo los camiones que debían pasar revisión, haciéndolos entrar en la Explanada. A los que no les hacía entrar, les sellaba el TIR y pasaban directamente. Como nuestro destino era El Aaiún, en África, ya éramos candidatos a revisión, aunque hubiéramos pasado aduana en Lyon.

            El transitario se ocupó de realizar todos los trámites para conseguir la salida efectiva del camión de la Explanada. Fuimos a comer a casa y a aprovisionarnos de todo lo que consideramos necesario. Por la tarde, Pedro Huarte, con su motocicleta, nos trajo los papeles para poder continuar el viaje. Arrancamos y nos dirigimos hacia San José en Oiartzun.  Al llegar de un viaje,  al comenzar otro, o al pasar en tránsito, debíamos parar en la sede de la empresa y subir a la oficina.

(continuará con la próxima entrega:
CAPÍTULO IV

 LA EMPRESA DE TRANSPORTES SAN JOSE)