miércoles, 15 de noviembre de 2017

FIN DEL VIAJE

CAPÍTULO IX

 FIN DEL VIAJE: VUELTA DE VACIO A MADRID


Visita turística en Marrakech  y recuerdo de otro viaje.

            Después de descargar y una vez que arregló Ameyugo el camión, el día 17 domingo, dos días después de haber llegado, pues se prolongó la descarga de cada camión y el arreglo del de Ameyugo, nos habían dicho que no había gasoil y nos dimos cuenta que había venido el camión cisterna, que era más bien pequeño.  Aprovechamos el asunto para echar gasoil y entre los cuatro agotamos el suministro y tuvo que volver el camión cisterna a Agadir a rellenar otra vez la carga para volver a llevarla a El Aaiun.

            La vuelta no fue tan accidentada como la ida. No sufrimos ningún control,  pasamos la vaguada con marea baja y el camino de cabras lo sorteamos mucho más fácil pues veníamos de vacío. Como teníamos tiempo, hicimos una parada turística en Marrakech y nos dimos unos paseos por el entorno. Todos sus alrededores eran muy agrícolas, con unos paisajes muy peculiares. Las casas tenían una tonalidad rojiza. Se nos hizo tarde y no pudimos entrar a ver el famoso mercado donde según dicen se dan cita bailarines, acróbatas y vendedores, y que por la noche se llena de puestos que ofrecen comida.

            Según voy escribiendo, me vienen recuerdos de anécdotas ocurridas en otros viajes, como las que me ocurrieron cuando fuimos Eugenio Nicolás y yo a Marrakech a descargar para el Rey en los Palacios que tenía en esa ciudad. Una vez que entramos dentro de uno de los palacios, fuimos recorriéndolo y en una de las curvas por las estrechas calles, no podíamos pasar debido a unos arcos de arquitectura árabe, que estaban muy bajos para nuestros camiones. Nos iba dirigiendo un coche por delante nuestro y al ver que no pasábamos, nos dijo que esperásemos. Se marchó y al rato volvió con un camión lleno de personas que traían escaleras y mazos. Sin mediar palabra se liaron a deshacer la construcción de los arcos y una vez que teníamos sitio para pasar, lo hicimos y nos dimos cuenta que nada más hacerlo, se pusieron a reconstruir lo que habían tirado.

A la vuelta, después de haber admirado la ingente cantidad de cigüeñas que anidaban en la fortaleza, y dirigiéndonos a Casablanca, Eugenio Nicolás, que circulaba delante de mí, de repente frenó el camión en el medio de la carretera. Mosqueado, bajo a ver qué le había pasado, y le veo con una tortuga bastante grande en las manos. Le pregunto qué va a hacer con eso y me responde que se la quiere llevar a casa. Yo le digo: “¿estás loco?. Vas a tener líos en la frontera. No te van a permitir llevártela y hasta te pueden meter una multa”.

            Pero él se puso cabezón. La metió en el lado del acompañante y arrancó con la idea fija de llevársela. Pero a los diez kilómetros le veo parar en el medio de la carretera. Me bajo y le vuelvo a ver con la tortuga en la mano y que la suelta en el campo. Le pregunto: “Y qué haces ahora? ¿No te la querías llevar?”.

            Me contesta: “¡¡ Si no para de tirarse pedos!! No hay quien pare del olor. Me ha dejado apestada la cabina. Que se quede en Marruecos, que es su sitio”.

                       



Una vez me “colé” en el barco una Navidad para regresar a casa.

            Me ha venido a la mente que en las fechas que España ganó por doce goles a uno a Malta, que fue el 12 de diciembre de 1983, yo estaba en Marruecos y me quedé hasta casi Navidad.

Una vez descargado, me encontraba en el paso del estrecho con González, un compañero francés que trabajaba fijo para San José con sus dos camiones. Teníamos que cruzar el estrecho, pero Ahamblis, que era el encargado de organizar el embarque de los camiones de San José en Marruecos,  no nos dejaba entrar en el Ferry porque estaba esperando a que llegaran el Guijo y Sánchez el viejo, que le tenían comprado con tabaco y whisky, y les daba preferencia para entrar antes que nosotros. Estuvimos discutiendo los dos con él porque queríamos embarcar, pues había que llegar a casa por Navidad, pero no hubo manera de convencerle de que nos dejara pasar.

            Cuando creyó que nos había dejado conformes, se puso a hacer otras cosas y se despistó unos minutos desplazándose hacia otro lado. En ese momento, se me encendió la bombilla, me subí raudo y veloz al camión y sin dilación aproveché para arrancar e introducirme en el Ferry detrás de otros camiones que iban pasando. Cuando se dio cuenta Ahamblis, vino corriendo y gritando, pero ya era tarde. Detrás de mí iban otros camiones y no se podía volver atrás. Así que yo volví a casa por Navidad, como dice el anuncio, y mi compañero la pasó en Marruecos. Posteriormente, me dijo que a él le entraron ganas de haber hecho lo mismo, pero no se atrevió.


Alquiler de caballos, de vacío a Madrid, y regreso a casa.


Volviendo al viaje que nos ocupa, llegamos sin novedad a Tánger, y Ahamblis se encargó de que embarcáramos bien para pasar el estrecho. Nos tocó otra vez el “Batouta”, pero el tiempo se portó bien y fue una travesía sin incidentes. No se podían sacar dirhan de Marruecos a España, y había que cambiarlos en pesetas para venir, y así lo hicimos.

            Después de salir del barco en Algeciras, nos enviaron de vacío a cargar a Madrid. Otras veces íbamos a Sevilla a cargar a la Renault. En cierta ocasión que veníamos de Marruecos varios camiones, nos mandaron a cargar a Linares, en la Santana y nos hicieron volver hacia Marruecos de nuevo. Ïbamos cinco o seis camiones y a alguien se le ocurrió la brillante idea de parar en las playas de Tarifa y alquilar unos caballos. Yo no monté pero los que lo hicieron, al día siguiente no podían andar, y se las vieron muy mal para moverse durante el trayecto y la posterior descarga.

            Ya en Madrid, nos dispersamos. Cada uno cargó para un destino distinto. Nosotros lo hicimos para Francia, y llegamos a casa el día 20 de febrero, miércoles, a las 10 de la mañana. El viaje había durado 14 días desde que salimos de la sede de San José en Oiartzun, y lo recordamos mi hermano Miguel y yo como uno de los mejores viajes que hemos hecho. Hoy en día continuamos con el transporte pero ya no vamos a Marruecos, nos hemos estancado en la rutina y las cosas son completamente distintas. 



             


martes, 4 de abril de 2017

LLEGADA A EL AAIÚN




Cruzamos la vaguada con marea baja y llegamos a El Aaiún

Fue un viaje en el que íbamos de sorpresa en sorpresa. Cuando menos nos lo esperábamos, en medio del desierto en que no creíamos que hubiera un alma a pie en muchos kilómetros, encontramos a dos marroquíes haciendo autostop.

 No les cogimos, porque lo hicieron otros marroquíes con camiones pequeños. Eso no era nada, pues en Tanger, en un viaje anterior, nos sorprendimos todavía más, cuando dirigiéndonos hacia Rabat por la noche, en el medio de la carretera apareció un burro con las cuatro patas atadas y tuvimos que esquivarlo como pudimos. No sé con qué intención lo pondrían pero por si acaso, ninguno de los dos camiones que íbamos paró para comprobar qué pasaba.

Cuando llegamos a la vaguada coincidió que la marea estaba baja y la atravesamos sin contratiempos. Antes de entrar en el Aaiún tuvimos que atravesar tres controles del ejército, lo que hicimos sin problemas, y una vez llegados a la ciudad, aparcamos para dormir allí.  Ameyugo, el compañero nuestro que hacía quince días que estaba averiado y al que llevábamos la pieza que le hacía falta, se alegró muchísimo porque tenía unas ganas enormes de salir de allí, aunque había estado muy bien tratado por los franceses y los trabajadores marroquíes.



Prohibido hablar español

Al día siguiente, 15 de febrero, mi hermano y yo fuimos a descargar a una parte alejada de El Aaiún. Mientras nos descargaban, pasaban por allí unos saharauis y vimos que disimuladamente se iban acercando a nosotros. Nos hablaron en español y nos dijeron que estábamos invitados a sus casas, que fuéramos con ellos. Así lo hicimos y estuvimos en una de aquellas haimas. Nos querían obsequiar con comida y bebida, pero les hicimos observar que no teníamos mucho tiempo. Los saharauis nos dijeron que tenían prohibido hablar en español y que no debían vernos hablar con ellos porque peligraba nuestra integridad. Cuando salimos de la haima lo hicimos sigilosamente y con el miedo en el cuerpo, mirando para todos lados. 

 La pobreza era insultante desde nuestro punto de vista, pues nosotros, los franceses y demás europeos que había allí construyendo los edificios encargados por Hassan II éramos unos privilegiados. Veíamos desde el restaurante que los pobrecillos empleados trabajaban día y noche sin parar y se alimentaban con algunas latillas, mientras nosotros teníamos todas las comodidades del mundo.



viernes, 26 de agosto de 2016

CABRAS, CAMELLOS Y TORMENTA DE ARENA




CAPÍTULO VIII

CABRAS, CAMELLOS, TORMENTA DE ARENA Y CARRETERA BAJO EL MAR ANTES DE LLEGAR A EL AAIUN



Controles del ejército a partir de Tan-Tan y paso por camino de cabras.          

 Echamos gasoil en Agadir, llenando los depósitos, porque habíamos hecho una pequeña parada allí y nos dijeron que en El Aaiun había muy poco gasoil. Al llegar a Tan-Tan tuvimos que pasar fuertes controles del ejército porque podía haber suicidas o atacantes saharauis. A uno de nosotros, Gamazo, como se llamaba Ismael,  los soldados le preguntaban y más bien le acusaban de ser judío, lo que le hizo asustarse mucho. Mi nombre, José, también es judío, pero se fijaron en Gamazo. Menos mal que Ahmide les convenció de que Ismael también era un profeta árabe y que era un nombre normal en nuestro país y que no tenía nada que ver con los judíos.

Conseguimos pasar Tan-tan por una desviación porque estaban arreglando la carretera, que en realidad era un camino de cabras, nunca mejor dicho,  porque en las cercanías había varios rebaños de ellas.  Las piedras eran muy grandes y un recorrido de unos dos kilómetros nos costó muchísimo tiempo atravesarlo con los camiones pues había que ir muy lentos para no dañar nada.

Una gran manada de camellos

 Poco después de haber pasado el camino, saliendo de una curva, encontramos unos compañeros que venían de descargar del destino al que íbamos nosotros. Nos tuvimos que detener porque sus camiones estaban parados en medio de la carretera. Eran Tino, Meli, Galarraga y Gallastegui. Tenían la intención de sacarse unas fotos con una manada inmensa de camellos pues había entre cincuenta y cien camellos, con un pastor. En ese momento nuestros colegas iban hacia la manada y se le ocurrió a Gamazo una idea: asustar a los camellos tocando las bocinas los tres camiones a la vez. Lo hicimos, y el resultado fue el esperado. Se asustaron los camellos, casi atropellan al pastor y nuestros compañeros no pudieron sacarse fotos con ellos. Se agarraron un cabreo monumental y tuvimos que salir zumbando de allí porque los veíamos capaces de pincharnos los camiones. Nos llamaron de todo menos bonitos.

 Cuando se les pasó el enfado, paramos a hablar con ellos y nos contaron que más adelante no podíamos pasar por la carretera hasta que no bajase la marea, pues se extendía por una vaguada de unos cuantos kilómetros que permanecían cubiertos por el agua del mar cuando estaba la marea alta.

Es curioso, pero durante el recorrido hubo una imagen que nos chocó mucho, y era la cantidad de barcos embarrancados que había a lo largo de la costa, desde Tan-Tan hasta El Aaiún. Sacamos la conclusión de que la costa debía ser muy peligrosa por allí


Tormenta de arena

Pasado Tan Tan, proseguimos la ruta con la esperanza de que nos fuera propicia la suerte cuando llegásemos a la vaguada cuyo paso dependía de la marea. Hacía un día espectacular. De repente empezó a soplar el siroco cada vez más recio. Echamos la vista hacia el lugar de donde venía y nos quedamos horrorizados: un muro enorme de arena se acercaba hacia nosotros. Rápidamente bajamos de los camiones y como  pudimos  tapamos las entradas de la admisión del motor con plásticos para que no entrase la arena. Nos  encerramos en la cabina y llegó la gran nube. Parecía el apocalipsis. No se veía nada. Estando todo cerrado, se nos metía la arena por todos los resquicios. El viento era tan fuerte que creímos que los camiones iban a volcar. Duró unas tres horas interminables. Había momentos en que nos daba la sensación de que no íbamos a lograr salir de aquello. Pasada la tormenta, al quitar las cortinas y asomarnos vimos que la carretera había desaparecido.

 Nos quedamos alucinados. La carretera no existía. Las ruedas estaban cubiertas de arena hasta una cuarta parte de su altura y no sabíamos la dirección que había que tomar. Pero los hados estuvieron a nuestro favor. Una máquina quita arena venía de Tan-tan y no tardó mucho en llegar. Nos enteramos posteriormente de que nuestra suerte había sido muy grande, porque si llega a estar en El Aaiún, hubiera tardado dos días en llegar al sitio donde estábamos, porque sólo había una máquina para limpiar esa carretera. Le dimos espacio para que fuera limpiando y mientras tanto disfrutamos del precioso paisaje, de las playas salvajes y de los acantilados que allí había. Era un lugar maravilloso y nos hubiera gustado ir de visita turística con tiempo para conocerlo bien.


lunes, 8 de febrero de 2016

RECUERDO DE KENITRA Y LLEGADA A AGADIR



Un recuerdo de Kenitra

            Al mencionar Kenitra, me viene a la memoria el recuerdo de un episodio que me impactó. En un viaje anterior al que estoy narrando, otro autónomo y yo, un tal Iñaki, de Azkoitia, llevamos a Rabat una mercancía destinada al Rey. Para llegar teníamos que ir por una variante, pero nos fuimos por el centro, porque en el momento que decíamos que era mercancía para el Rey, todo el mundo nos abría paso. Resultó que al venir, quedamos en que íbamos a ir a comer a Kenitra. A veinte kilómetros se notaba el olor de los corderos muertos y colgados al sol en cuerdas apoyados en las paredes, pues no había frigoríficos. Llegamos al sitio donde íbamos a comer, que estaba en la calle, después de haber aparcado el camión en el parking habilitado, y al echar la vista adelante, nos quedamos sin habla durante un rato: no se veía la carne de las moscas negras que había. En mi vida he visto tal cantidad de moscas juntas.

- ¿Vamos a comer? Dije yo.
- Ellos también comen y no se mueren – me contestó Iñaki.

 Así que comimos la carne que elegimos entre las moscas, que un marroquí especializado convirtió en albóndigas con sus propias manos y el sobaco, a una velocidad pasmosa, claro que después de haber sido pasada toda por el fuego. Además la acompañamos de una ensalada que tampoco estaba exenta de moscones. Por suerte, no nos entró ninguna enfermedad.


Paso de un puerto larguísimo en el Atlas hasta llegar a Agadir.

 El día 14 jueves, comenzamos a subir El Atlas y llegamos a un  puerto que tiene 50 kilómetros de bajada y con muchas curvas. Creo que actualmente hay una autopista nueva. Los camiones no tenían ni freno eléctrico, ni freno motor, ni retarder, ni nada moderno. Como ya he dicho, mi camión era un Renault con motor Barreiros llamado entre los profesionales “gitano con gabardina”. Como yo era el que llevaba más peso, me puse el primero para bajar, porque una vez soltado el camión con tantas toneladas cogería mucha velocidad y podría colisionar con los demás por alcance.

Frenando, frenando, con todas las curvas que había y todos los camiones pequeños circulando, en la mitad del puerto los bujes empezaron a echar humo.  Iba intentando retener el camión pero fue imposible. Cuando quedaban unos 20 km para llegar a Agadir lo solté llegando hasta ciento veinte kilómetros por hora. Gracias a que era un falso llano, bajada pero no muy pronunciada, conseguí que se enfriase sin que se prendiera fuego. Los demás se quedaron atrás porque tenían mucho menos peso que yo.

            Como hacía mucho calor, mi hermano Miguel, iba montado en el camión de Gamazo, que tenía aire acondicionado, cosa muy rara en aquél momento, y cuando llegamos a Agadir, al bajar del camión, con el contraste de temperatura, sufrió un pequeño mareo, que hizo que se sentara durante un buen rato.

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Foto mía y del camion con el que realicé el viaje.