Un recuerdo de Kenitra
Al mencionar Kenitra, me viene a la
memoria el recuerdo de un episodio que me impactó. En un viaje anterior al que
estoy narrando, otro autónomo y yo, un tal Iñaki, de Azkoitia, llevamos a Rabat
una mercancía destinada al Rey. Para llegar teníamos que ir por una variante,
pero nos fuimos por el centro, porque en el momento que decíamos que era
mercancía para el Rey, todo el mundo nos abría paso. Resultó que al venir,
quedamos en que íbamos a ir a comer a Kenitra. A veinte kilómetros se notaba el
olor de los corderos muertos y colgados al sol en cuerdas apoyados en las
paredes, pues no había frigoríficos. Llegamos al sitio donde íbamos a comer,
que estaba en la calle, después de haber aparcado el camión en el parking
habilitado, y al echar la vista adelante, nos quedamos sin habla durante un
rato: no se veía la carne de las moscas negras que había. En mi vida he visto
tal cantidad de moscas juntas.
- ¿Vamos a comer? Dije yo.
- Ellos también comen y no se mueren – me contestó Iñaki.
Así que comimos la
carne que elegimos entre las moscas, que un marroquí especializado convirtió en
albóndigas con sus propias manos y el sobaco, a una velocidad pasmosa, claro
que después de haber sido pasada toda por el fuego. Además la acompañamos de
una ensalada que tampoco estaba exenta de moscones. Por suerte, no nos entró
ninguna enfermedad.
Paso de un puerto larguísimo en el Atlas
hasta llegar a Agadir.
El día 14 jueves,
comenzamos a subir El Atlas y llegamos a un
puerto que tiene 50 kilómetros de bajada y con muchas curvas. Creo que
actualmente hay una autopista nueva. Los camiones no tenían ni freno eléctrico,
ni freno motor, ni retarder, ni nada moderno. Como ya he dicho, mi camión era
un Renault con motor Barreiros llamado entre los profesionales “gitano con
gabardina”. Como yo era el que llevaba más peso, me puse el primero para bajar,
porque una vez soltado el camión con tantas toneladas cogería mucha velocidad y
podría colisionar con los demás por alcance.
Frenando, frenando, con todas las curvas que había y todos
los camiones pequeños circulando, en la mitad del puerto los bujes empezaron a
echar humo. Iba intentando retener el
camión pero fue imposible. Cuando quedaban unos 20 km para llegar a Agadir lo
solté llegando hasta ciento veinte kilómetros por hora. Gracias a que era un falso llano, bajada pero
no muy pronunciada, conseguí que se enfriase sin que se prendiera fuego. Los
demás se quedaron atrás porque tenían mucho menos peso que yo.
Como hacía mucho calor, mi hermano Miguel, iba montado en
el camión de Gamazo, que tenía aire acondicionado, cosa muy rara en aquél
momento, y cuando llegamos a Agadir, al bajar del camión, con el contraste de
temperatura, sufrió un pequeño mareo, que hizo que se sentara durante un buen
rato.
Foto mía y del camion con el que realicé el viaje.