CAPITULO I
CÓMO ERAN LOS VIAJES QUE REALIZÁBAMOS A MARRUECOS
Mi primera impresión:
un regreso al pasado.
Antes de la realización del viaje a
El Aaiún, yo ya había estado en Marruecos unas cuantas veces y posteriormente
volví otras veces más, no recuerdo cuántas.
En la época en que yo empecé a ir había poquísimos turistas y los
camiones que se veían pertenecían a una sola empresa: Transportes San José. Los
bares y los comercios de Tánger estaban deseando que fuésemos y nos trataban
como a reyes.
La primera vez que
entré en Marruecos tuve la impresión de que había retrocedido varios siglos,
que había pasado a un lugar y a una época medieval. Los olores, las gentes, los
edificios, los colores, la luz… todo era fascinante para mí, y me quedaba boquiabierto
contemplando las vestimentas y la forma de vivir de una población inmersa en el
pasado y que se quedaba igual que yo lo hacía de ellos, alucinada, al ver pasar
el enorme camión por el centro de las ciudades y pueblos.
Poco a poco, o más
bien, a gran velocidad, los marroquíes fueron despertando de su letargo de
siglos para entrar en muy poco tiempo en la era moderna. Desde la primera vez
en que visité Marruecos hasta la última, que fue unos siete años después, el
país magrebí dio un gran salto, en lo económico y en lo social. No he vuelto a
ir por allí, pero para mí esos años que viví en el transporte, fueron los
mejores años de mi vida.
El primer viaje que fui lo hice con
mi hermano Eugenio, y llevábamos muebles para el palacio que Hassan II tenía en
Rabat. En los papeles figuraban que eran muebles vascos, aunque a mí nunca me
lo parecieron. Con muebles hicimos muchos viajes. Posteriormente he estado en
Meknes, Fez, Nador, los altos del Atlas y en todas las poblaciones de la costa
desde Tanger hasta Agadir.
Algunas curiosidades
Al pasar por los pueblos veíamos a los hombres tumbados
debajo de los árboles y montados en burros pequeños, tocando el suelo con los
pies, pues eran muy altos, y a las mujeres cargadas con grandes haces de leña.
La tierra de Marruecos es muy fértil. Allí se producían naranjas dulcísimas,
por cierto, controladas por los valencianos y murcianos, y toda clase de
frutas, incluidas uvas. Un día que llevé viñedo a Fez, me descargaron tres
mujeres y tres hombres. Paré por la noche en un pueblo y apareció una mujer con
tres hijos a pedir dinero. Le dí diez dirhan, le compré dos kilos de deliciosas
naranjas y me cuidaron el camión toda la noche.
En Assilah había muchas angulas, que las compraban las
empresas españolas, y sobre todo las vascas. Asilah era entonces un lugar
precioso. Rodeada su parte antigua por una muralla que dicen que la
construyeron los portugueses en el siglo XV, sus casas interiores eran
totalmente blancas. Su playa era larguísima y de arena muy fina. Toda la costa
era una maravilla en ese momento. Estaba todo el terreno sin explotar
turísticamente.
Era curioso ver que en Marruecos
fumaban todos los varones incluidos los niños, que lo hacían desde bien pequeños.
Desde que entrábamos en el país, teníamos que soportar continuamente una nube
de gente, niños y mayores, pidiendo paquetes de tabaco, lo que nos hacía tener
que racionarlo para poder darles a todos.
Eso sí, nunca vi fumar a una mujer.
Según pasábamos por Rabat, había en
la costa infinidad de pescadores, que pescaban unos peces tremendos, y que,
prácticamente vivos, ofrecían su venta a los que pasábamos por allí en los
vehículos.
En el mercado de Tánger, un hombre
negro, que no parecía marroquí, se me acercó y me dijo “Esto es Cuba sin Fidel
Castro”. Había discriminación: los marroquíes no se mezclaban con los
subsaharianos y los consideraban inferiores. Estas personas, que llegaban a
Marruecos para pasar a Europa o por otros motivos, no eran del agrado de los marroquíes,
los mantenían aislados y si podían los
expulsaban.
A Agadir, fui unas cuantas veces.
Una de ellas lo hice a un palacio en construcción situado a unos kilómetros en
la carretera que va de Agadir hacia Tan-tan, el cual tenía una entrada
subterránea. Estaba ubicado al borde del mar, y entraban al Palacio los barcos
por debajo de unos túneles. Llevábamos una tierra especial que cargamos en
Holanda para construir campos de golf por allí cerca, donde se hicieron unos lagos artificiales.
Anécdotas en el Palacio de Marrakech:
un arco desmontable y conversación con el chófer de un militar.