lunes, 28 de octubre de 2013

VIAJE A EL AAIÚN (CAPITULO I)



CAPITULO I

CÓMO ERAN LOS VIAJES QUE REALIZÁBAMOS A MARRUECOS


Mi primera impresión:  un regreso al pasado.

            Antes de la realización del viaje a El Aaiún, yo ya había estado en Marruecos unas cuantas veces y posteriormente volví otras veces más, no recuerdo cuántas.  En la época en que yo empecé a ir había poquísimos turistas y los camiones que se veían pertenecían a una sola empresa: Transportes San José. Los bares y los comercios de Tánger estaban deseando que fuésemos y nos trataban como a reyes.

 La primera vez que entré en Marruecos tuve la impresión de que había retrocedido varios siglos, que había pasado a un lugar y a una época medieval. Los olores, las gentes, los edificios, los colores, la luz… todo era fascinante para mí, y me quedaba boquiabierto contemplando las vestimentas y la forma de vivir de una población inmersa en el pasado y que se quedaba igual que yo lo hacía de ellos, alucinada, al ver pasar el enorme camión por el centro de las ciudades y pueblos.

 Poco a poco, o más bien, a gran velocidad, los marroquíes fueron despertando de su letargo de siglos para entrar en muy poco tiempo en la era moderna. Desde la primera vez en que visité Marruecos hasta la última, que fue unos siete años después, el país magrebí dio un gran salto, en lo económico y en lo social. No he vuelto a ir por allí, pero para mí esos años que viví en el transporte, fueron los mejores años de mi vida.

            El primer viaje que fui lo hice con mi hermano Eugenio, y llevábamos muebles para el palacio que Hassan II tenía en Rabat. En los papeles figuraban que eran muebles vascos, aunque a mí nunca me lo parecieron. Con muebles hicimos muchos viajes. Posteriormente he estado en Meknes, Fez, Nador, los altos del Atlas y en todas las poblaciones de la costa desde Tanger hasta Agadir.

Algunas curiosidades

Al pasar por los pueblos veíamos a los hombres tumbados debajo de los árboles y montados en burros pequeños, tocando el suelo con los pies, pues eran muy altos, y a las mujeres cargadas con grandes haces de leña. La tierra de Marruecos es muy fértil. Allí se producían naranjas dulcísimas, por cierto, controladas por los valencianos y murcianos, y toda clase de frutas, incluidas uvas. Un día que llevé viñedo a Fez, me descargaron tres mujeres y tres hombres. Paré por la noche en un pueblo y apareció una mujer con tres hijos a pedir dinero. Le dí diez dirhan, le compré dos kilos de deliciosas naranjas y me cuidaron el camión toda la noche.

En Assilah había muchas angulas, que las compraban las empresas españolas, y sobre todo las vascas. Asilah era entonces un lugar precioso. Rodeada su parte antigua por una muralla que dicen que la construyeron los portugueses en el siglo XV, sus casas interiores eran totalmente blancas. Su playa era larguísima y de arena muy fina. Toda la costa era una maravilla en ese momento. Estaba todo el terreno sin explotar turísticamente.
           
            Era curioso ver que en Marruecos fumaban todos los varones incluidos los niños, que lo hacían desde bien pequeños. Desde que entrábamos en el país, teníamos que soportar continuamente una nube de gente, niños y mayores, pidiendo paquetes de tabaco, lo que nos hacía tener que racionarlo para poder darles a todos.  Eso sí, nunca vi fumar a una mujer.  

            Según pasábamos por Rabat, había en la costa infinidad de pescadores, que pescaban unos peces tremendos, y que, prácticamente vivos, ofrecían su venta a los que pasábamos por allí en los vehículos.

            En el mercado de Tánger, un hombre negro, que no parecía marroquí, se me acercó y me dijo “Esto es Cuba sin Fidel Castro”. Había discriminación: los marroquíes no se mezclaban con los subsaharianos y los consideraban inferiores. Estas personas, que llegaban a Marruecos para pasar a Europa o por otros motivos, no eran del agrado de los marroquíes, los mantenían  aislados y si podían los expulsaban.

            A Agadir, fui unas cuantas veces. Una de ellas lo hice a un palacio en construcción situado a unos kilómetros en la carretera que va de Agadir hacia Tan-tan, el cual tenía una entrada subterránea. Estaba ubicado al borde del mar, y entraban al Palacio los barcos por debajo de unos túneles. Llevábamos una tierra especial que cargamos en Holanda para construir campos de golf por allí cerca, donde se  hicieron unos lagos artificiales.


Anécdotas en el Palacio de Marrakech: un arco desmontable y conversación con el chófer de un militar.