NIEBLA EN ITALIA
Eran
las seis de una mañana de invierno. Me encontraba en Milano, Italia, y me
desperté sobresaltado al tocar el despertador. Tenía que descargar y estaba a
poca distancia de la fábrica. La niebla era espesísima y el frío intenso.
Arranqué el camión para ir calentando el motor. Ya se acercaba la hora de la
descarga. Me puse al volante y eché a andar el camión con la intención de
descargar lo más rápido posible. Pero la niebla se podía cortar con un
cuchillo, y no es broma. No he visto niebla tan espesa como la de Italia. Con
luces y sin luces se veía lo mismo: nada. El smog de Londres es una mierda en
comparación con esto –pensé-. Estoy atrapado. Pero tengo que entrar a la
fábrica sin falta, que llega la hora de la descarga. Me la tengo que jugar.
Avancé sin saber muy bien hacia
dónde iba. Creo que la entrada para la descarga estaba por aquí – me dije -, y
cogí la carretera en la dirección que creía correcta. Anduve medio kilómetro aproximadamente.
De repente, me dí cuenta que me había pasado la entrada. Juré hasta en hebreo. “Y
ahora ¿qué hago?. No puedo echar hacia atrás, pues con esta niebla la puedo
liar gorda. Tengo que ir hacia adelante y dar la vuelta donde pueda. Maldita
sea mi suerte. Se me va a pasar la hora de la descarga”.
Tardé una hora en encontrar la
entrada, después de haber tenido que dar más vueltas que un tiovivo. No había
hecho más que girar el volante para entrar, cuando ví a dos metros de mi
derecha las luces de un camión que se precipitaban sobre mí.
-Pero
¿qué hace este tío?.
Dí
un volantazo y frené para intentar esquivarlo, haciendo sonar el claxon. Conseguí que mi camión no chocara contra el
otro por milímetros.
-
La madre que lo parió.
Según
giraba, me dí cuenta por el logotipo de que era de una empresa española y que
podía ser un conocido. Enganché la emisora y dije a voz en grito: - ¿Qué pasa,
estás loco, me quieres matar o es que no ves?
-
Has dado en el clavo. No veo nada.
¿ Perdona, pero por casualidad, no sabrás tú donde está la entrada de la
fábrica, que me he pasado y llevo una hora dando vueltas?.
Me pareció conocer la voz.
Como íbamos los dos a la misma fábrica, le dije que me siguiera.
Era
un viejo conocido de la ruta, amigo mío y de mi padre y al que hacía años que
no veía. Me fundí en un abrazo con él y mientras nos descargaban estuvimos compartiendo
el almuerzo y pasamos un rato agradable.
Hace poco me enteré de que ese viejo
amigo había fallecido hacía un tiempo. Así es la vida del transportista: está
llena de momentos inolvidables vividos con compañeros a los que nunca más
volvemos a ver.