1.985, el año de la gran ola de frío.
El mes anterior al de la realización
del viaje, enero de 1.985, se caracterizó por el frío y la nieve. La
prolongación de las fiestas de Navidad hasta el día de Reyes como todos los
años, tuvo de añadido una circunstancia excepcional: una ola de aire polar
entró por el norte de España y se estableció durante quince días. Desde el martes 7 de enero se mantuvo una capa
de nieve de más de veinte centímetros hasta el día 20, domingo, debido a las
frecuentes nevadas y bajas temperaturas, que oscilaron entre 5 y 15 bajo cero.
Fue increíble. No se recuerda una ola de frío como aquella y va a ser difícil
que se repita algo parecido.
Comenzó a nevar hacia las ocho de la mañana. Yo venía de
Madrid, de Vicálvaro, donde había cargado el lunes día 6 de enero veinticuatro
toneladas de tierra para gatos con destino a Holanda. Todos los días se
cargaban allí más de cincuenta camiones, que iban destinados a toda Europa. Mi
hermano Eugenio y mi padre habían cargado antes que yo en el mismo sitio.
Eugenio iba para Italia y mi padre llevaba la mercancía a París. En Vicálvaro
se le daba el tratamiento al mineral, creo que era bentonita, pero la mina
estaba en otro sitio. En la radio decían que se aproximaba una ola de frío que
venía de Siberia, por lo que yo no las tenía todas conmigo.
Salí tarde de Vicálvaro y fui a
cenar a Somosierra, al restaurante de “La Conce”. Ésta era una mujer viuda que
tenía tres hijas, dos de ellas mellizas, y un hijo. Las hijas trabajaban allí de cocineras y
camareras, y el hijo se encargaba de comprar y matar los corderos, para proveer
de carne al restaurante. Uno de los yernos era el camarero, un hombre muy
servicial, que me ayudó muchísimo en un problema mecánico que tuve en una
ocasión, llevándome con su coche al taller y lo que hizo falta. En un momento
posterior fue famoso porque salió en la televisión varias veces a explicar la
desaparición de un niño en un accidente de un camión que había volcado con
ácido en las proximidades del restaurante. Por cierto, el niño, todavía no ha
aparecido.
Era un negocio
familiar y nos cuidaban a los camioneros como si fuéramos de su familia. En
verano, que había muchos turistas, estábamos tranquilos, porque cuando
llegábamos siempre nos hacía sitio. Tenía muy claro la Conce que vivía de los
camiones y no de los turismos ocasionales. Ahora están jubilados y el
restaurante no se ha vuelto a abrir, pero la última vez que pasó por allí mi
padre, ya jubilado también, hará unos quince años, les faltó poco para
organizar una fiesta, pues se pusieron todos contentísimos. Eran muy buenas
personas.
Creo recordar que dormí en
Boceguillas, y de madrugada reanudé el camino. Poco después, y como ya nos
había venido anunciando la radio, comenzó a nevar. Al llegar a Vitoria nos
desviaron a los que íbamos a la frontera hacia Bilbao para que pudiéramos
llegar por la autopista, pues el puerto de Etxegarate estaba cerrado y la
carretera cortada desde Alsasua. Nevaba sin parar durante todo el camino, pero
los coches y camiones no dejábamos que cuajara la nieve en la carretera. Al
llegar a Zarautz, la nevada arreció con fuerza y creí que no iba a llegar a
Irún.
¿Me
dará tiempo a llegar a casa?, me preguntaba al mismo tiempo que mantenía el pie
en el acelerador al máximo de lo que daba el limitador de velocidad. Con el
corazón en un puño, aguanté hasta llegar al cruce de la carretera donde
aparcábamos los camiones, cerca de nuestro domicilio, hacia las dos de la
tarde. Al tomar el último desvío, mis hermanos, mi madre y mi padre ya estaban
allí hacía tiempo, y me esperaban de pie en el borde de la carretera al
comienzo de la última subida, preocupados porque cada vez nevaba más y no
sabían si yo iba a poder llegar. Fueron testigos de que ya no pude subir esa
última cuesta. Al comenzarla, el camión se me quedó cruzado en el medio de la
carretera después de patinar y estuve a un palmo de impactar en varios coches
que estaban aparcados. En esa posición quedó el camión durante un par de días,
donde lo mantuvimos sujeto con calzos en las ruedas.
Pasado ese tiempo,
como en la empresa nos dijeron que se podía andar por las carreteras de Europa
y había que entregar la mercancía, nos reunimos en torno al camión muchos
vecinos, mis tres hermanos y mi padre y después de un interesante intercambio
de opiniones, por medio de cadenas y quitando la nieve con palas, conseguimos
moverlo para poder reiniciar el viaje.
Los tres camiones
nos pusimos en marcha. Las carreteras en Francia estaban limpias porque tienen
un servicio de limpieza de nieve envidiable y realizamos cada uno el viaje que
le tocaba, con muy pocos contratiempos, aunque había nieve en toda Europa. Cuando volvimos, había vuelto a
nevar y a helar.
El servicio de
autobuses y de trenes se había hecho imposible, porque durante esas dos semanas
habían seguido cayendo nevadas y había seguido helando. El País Vasco estuvo
prácticamente incomunicado y paralizado, así como Galicia, Asturias y
Cantabria. Hubo personas que murieron de
frío. Hasta el lunes 21 de enero no volvimos a coger los camiones para
trabajar.
(continuará).