viernes, 10 de enero de 2014

1985, el año de la gran ola de frío



1.985, el año de la gran ola de frío.

            El mes anterior al de la realización del viaje, enero de 1.985, se caracterizó por el frío y la nieve. La prolongación de las fiestas de Navidad hasta el día de Reyes como todos los años, tuvo de añadido una circunstancia excepcional: una ola de aire polar entró por el norte de España y se estableció durante quince días.  Desde el martes 7 de enero se mantuvo una capa de nieve de más de veinte centímetros hasta el día 20, domingo, debido a las frecuentes nevadas y bajas temperaturas, que oscilaron entre 5 y 15 bajo cero. Fue increíble. No se recuerda una ola de frío como aquella y va a ser difícil que se repita algo parecido.

Comenzó a nevar hacia las ocho de la mañana. Yo venía de Madrid, de Vicálvaro, donde había cargado el lunes día 6 de enero veinticuatro toneladas de tierra para gatos con destino a Holanda. Todos los días se cargaban allí más de cincuenta camiones, que iban destinados a toda Europa. Mi hermano Eugenio y mi padre habían cargado antes que yo en el mismo sitio. Eugenio iba para Italia y mi padre llevaba la mercancía a París. En Vicálvaro se le daba el tratamiento al mineral, creo que era bentonita, pero la mina estaba en otro sitio. En la radio decían que se aproximaba una ola de frío que venía de Siberia, por lo que yo no las tenía todas conmigo.

            Salí tarde de Vicálvaro y fui a cenar a Somosierra, al restaurante de “La Conce”. Ésta era una mujer viuda que tenía tres hijas, dos de ellas mellizas, y un hijo.  Las hijas trabajaban allí de cocineras y camareras, y el hijo se encargaba de comprar y matar los corderos, para proveer de carne al restaurante. Uno de los yernos era el camarero, un hombre muy servicial, que me ayudó muchísimo en un problema mecánico que tuve en una ocasión, llevándome con su coche al taller y lo que hizo falta. En un momento posterior fue famoso porque salió en la televisión varias veces a explicar la desaparición de un niño en un accidente de un camión que había volcado con ácido en las proximidades del restaurante. Por cierto, el niño, todavía no ha aparecido.

 Era un negocio familiar y nos cuidaban a los camioneros como si fuéramos de su familia. En verano, que había muchos turistas, estábamos tranquilos, porque cuando llegábamos siempre nos hacía sitio. Tenía muy claro la Conce que vivía de los camiones y no de los turismos ocasionales. Ahora están jubilados y el restaurante no se ha vuelto a abrir, pero la última vez que pasó por allí mi padre, ya jubilado también, hará unos quince años, les faltó poco para organizar una fiesta, pues se pusieron todos contentísimos. Eran muy buenas personas.

            Creo recordar que dormí en Boceguillas, y de madrugada reanudé el camino. Poco después, y como ya nos había venido anunciando la radio, comenzó a nevar. Al llegar a Vitoria nos desviaron a los que íbamos a la frontera hacia Bilbao para que pudiéramos llegar por la autopista, pues el puerto de Etxegarate estaba cerrado y la carretera cortada desde Alsasua. Nevaba sin parar durante todo el camino, pero los coches y camiones no dejábamos que cuajara la nieve en la carretera. Al llegar a Zarautz, la nevada arreció con fuerza y creí que no iba a llegar a Irún. 

            ¿Me dará tiempo a llegar a casa?, me preguntaba al mismo tiempo que mantenía el pie en el acelerador al máximo de lo que daba el limitador de velocidad. Con el corazón en un puño, aguanté hasta llegar al cruce de la carretera donde aparcábamos los camiones, cerca de nuestro domicilio, hacia las dos de la tarde. Al tomar el último desvío, mis hermanos, mi madre y mi padre ya estaban allí hacía tiempo, y me esperaban de pie en el borde de la carretera al comienzo de la última subida, preocupados porque cada vez nevaba más y no sabían si yo iba a poder llegar. Fueron testigos de que ya no pude subir esa última cuesta. Al comenzarla, el camión se me quedó cruzado en el medio de la carretera después de patinar y estuve a un palmo de impactar en varios coches que estaban aparcados. En esa posición quedó el camión durante un par de días, donde lo mantuvimos sujeto con calzos en las ruedas.

 Pasado ese tiempo, como en la empresa nos dijeron que se podía andar por las carreteras de Europa y había que entregar la mercancía, nos reunimos en torno al camión muchos vecinos, mis tres hermanos y mi padre y después de un interesante intercambio de opiniones, por medio de cadenas y quitando la nieve con palas, conseguimos moverlo para poder reiniciar el viaje.

 Los tres camiones nos pusimos en marcha. Las carreteras en Francia estaban limpias porque tienen un servicio de limpieza de nieve envidiable y realizamos cada uno el viaje que le tocaba, con muy pocos contratiempos, aunque había nieve en  toda Europa. Cuando volvimos, había vuelto a nevar y a helar.

 El servicio de autobuses y de trenes se había hecho imposible, porque durante esas dos semanas habían seguido cayendo nevadas y había seguido helando. El País Vasco estuvo prácticamente incomunicado y paralizado, así como Galicia, Asturias y Cantabria.  Hubo personas que murieron de frío. Hasta el lunes 21 de enero no volvimos a coger los camiones para trabajar.  

 (continuará).